Pablo Farina tiene 14 años, vive en el barrio “Alicia” de Godoy Cruz y desde muy pequeño observó –y entendió—el esfuerzo que hacían sus padres para salir adelante. Veía a su mamá elaborar pan casero, tortitas y facturas durante toda la madrugada para solventar los gastos de la casa y, así, fue aprendiendo el valor de las cosas.
Tal vez por eso, cuando fue creciendo y cumplió 11 años quiso tener su propio dinero y dejar de pedir para sus pequeños gastos. Se unió a su hermana menor, Sol y, con la ayuda y el asesoramiento de Camila, su mamá, lanzaron un emprendimiento de panqueques llamado “Los Hermanos”.
Desde entonces, Pablo siempre se las “rebusca”, aunque en los últimos días decidió “relanzar” la venta de panqueques por una causa que vale oro: hacerle un regalo a su mamá, que el 16 de este mes de noviembre cumple los años.
“Me dijo que no quería nada, que no me preocupara, que lo que más desea es pasarla bien en familia, pero igual le voy a comprar algo. No me gusta pedir plata y menos para su propio regalo. Pensé en un mate, una planta, una remera o un adorno de madera que puedo fabricar yo mismo. Todavía no me decidí”, relata, en diálogo con Los Andes.
Tanto insistió Pablo en actualizar la publicidad de sus productos en las redes, que su mamá volvió a postear en Facebook: “El es Pablo, mi hijo. Tiene su emprendimiento de elaboración y venta de panqueques. Si alguien desea apoyarlo se le agradece ya que le gusta pagarse sus propias cositas. Es súper responsable. Cada elaboración está supervisada por mí”. Y así, los clientes no se hicieron esperar.
“Tengo 11 docenas pedidas. Repartimos a pie o se retira en el domicilio porque no tenemos movilidad. Me hacen muchos pedidos en la escuela”, cuenta Pablo, que concurre a la Escuela N° 4-109 Ing. “Álvarez Condarco”, de Godoy Cruz.
Cursa el primer año de la secundaria y dice que si bien considera que el estudio es importante, por ahora solo piensa en convertirse en futbolista. De hecho, es un gran defensor del Club San Cayetano y AMUF.
“Cocinar también me gusta, pero ojo, no es algo que me vuelva loco. Lo hago para tener unos pesos y no depender de nadie. En casa todo cuesta y mi mamá es un ejemplo, la he visto noches enteras elaborando pan casero para vender”, relata, mientras cuenta que fue ella quien les enseñó a él y a sus hermanas Sol y Briana, de 7 años, aunque la menor aún no se sumó al emprendimiento todavía.
Responsable, educado y no muy amante de las fotos, tal como se define, admite que no se queja si llega del colegio y tiene que prepararse el almuerzo. Puede hacer milanesas o tartas, algo simple, por supuesto.
“Eso sí, la receta de los panqueques, que pueden ser utilizados para comer con dulce de leche o canelones, la sé de memoria. Lamentablemente los huevos y la harina es lo que más aumentó y cuesta poder comprar. Mi mamá nos facilita los insumos y yo me dedico a cocinar y vender. De todos modos, ella siempre me ayuda”, destaca.
Por eso mismo, consideró que su mamá merecía un obsequio. Ella misma lo cuenta mientras ríe. “Cree que un regalo es importante, pero le expliqué que lo mejor que me puede pasar es que estemos todos juntos y que se porten bien”, explica Camila Fazekas, que el 16 cumple 32 años.
“Pablo es así, siempre fue un chico maduro para su edad y entiende muy bien que las cosas cuestan mucho. Vivimos al día, como todo el mundo y a veces estoy preocupada porque el dinero no alcanza. Entonces volvió a plantear de retomar el emprendimiento, si bien nunca lo había dejado totalmente. No tenemos vehículo, pero lo acompaño a repartir y mucha gente viene a casa a retirar. Hacemos panqueques de primera calidad”, señala la mamá.
Durante la pandemia también trabajaron intensamente y asegura que mucha gente se acostumbró a recibir los productos en el domicilio.
“Pero ahora Pablo empezó la secundaria y está más ocupado por sus materias a contraturno. Además, juega al fútbol. Anoche le dije que se acostara, estaba cansado, y me quedé yo elaborando los panqueques. En casa nos ayudamos entre todos y creo que eso él lo ve todos los días”, agrega.
Muchas veces, cuando la situación se torna difícil, Pablo ofrece su dinero para pagar alguna cuenta.
“Les enseño desde chicos que todos tenemos que trabajar para salir adelante, que nadie nos regala nada, que hay que esforzarse. Me gusta saber que fue por iniciativa propia esto de cocinar panqueques. Nosotros tenemos lo básico, pero todo cuesta mucho, los aumentos se notan en todas las casas y en la nuestra, claro, también”, aclara.
La receta es infalible y cada vez que algún panqueque no le sale como le gusta, lo deja aparte y elabora otro que quede perfecto. Además, toma el ejemplo de su mamá, que cuando le queda mercadería sin vender, la dona a los que menos tienen, porque en el barrio hay mucha gente humilde y miles de necesidades.
“Nosotros somos gente solidaria. Muchas veces salimos a ayudar como voluntarios a las personas en situación de calle. No nos sobra absolutamente nada, pero creo que siempre se puede ayudar si la actitud está. Ellos suelen acompañarme y han aprendido eso”, destaca.
Lo cierto es que Pablo lleva a la mesada los huevos, el harina, la leche, la sal y el aceite y se pone a cocinar “como Dios manda”. Los productos también se adaptan perfectamente para la lazaña, asegura Camila.
“Con la batidora tiene una gran destreza. Pero, claro, yo siempre estoy detrás vigilando que las cosas estén bien hechas”, advierte y confiesa que, hasta ahora, siempre se reciben halagos de parte de los clientes. “Nunca una queja”, dice.
La firma “Los Hermanos”, que se sigue llamando así, aunque en este momento solamente Pablo esté a cargo del proyecto, vende los panqueques a 800 pesos la docena o 1500 pesos las dos docenas. También se pueden adquirir las tres docenas a 2100 pesos. El contacto de Camila es 2612 73-8341.
La mamá es quien maneja las redes para no exponer a sus hijos. “Empezaron de muy chiquitos y siempre aclaré que lo hacen por gusto y porque les enseño que hay que esforzarse, pero sin obligación. Entiendo que son niños y eran muy chiquitos cuando empezaron. Creo es que es una gran enseñanza”, reitera.
“Los chicos empezaron conmigo a ayudar en un voluntariado de gente en situación de calle, ahí comenzaron a ver las necesidades. Después iban a comedores, donaban sus juguetes y ayudaban a servir en un merendero. Ahí comenzaron a ver lo que cuesta día a día y a valorar más las cosas”, afirmó la mamá, quien, además, asegura que con este emprendimiento se alejan del celular, se entretienen, aprenden y se desconectan.