A Silvia Lobos, que tiene 60 años y lleva casi la mitad de su vida planchando el vestuario de las distintas ediciones de la Fiesta Nacional de la Vendimia, se le ilumina el rostro cuando evoca cada celebración del teatro griego Frank Romero Day.
Dice, en diálogo con Los Andes, que siente una mezcla de felicidad y también un profundo sentimiento de orgullo y dignidad.
“Orgullo, porque soy mendocina de pura cepa y estoy convencida de que nuestra fiesta es la mejor del país. Dignidad, porque recuerdo el esfuerzo que hice para poder llegar donde estoy y nunca bajé los brazos”, advierte, mientras evoca que lleva nada menos que 31 años, más de la mitad de su vida, poniendo el cuerpo y la energía a la Vendimia.
Fue su suegra, María Ascención Miranda, más conocida como Alicia y quien trabajó 50 años como costurera y encargada del vestuario, quien la llevó por este camino que ella define como apasionante y repleto de desafíos.
“Empecé en la máquina de coser, pero no tenía la menor idea. Ella me dijo: ‘Sentate que vas a aprender’ y así fue. Resultó una gran guía y una maestra para mí. Claro que antes de llegar a la máquina estuve limpiando baños, también en los camarines y en los telones del anfiteatro”, repasa. Poco tiempo después le asignaron el planchado y fue “un antes y un después”.
“A decir verdad, si bien me encanta planchar, creo que ese amor se debe a que está destinado a la Vendimia y me hace sentir orgullosa”, confiesa.
Esa satisfacción de pertenecer al plantel representa casi un legado familiar. Además de su suegra, el padre de sus hijos, Néstor Roca, se desempeñó durante toda su vida –y aún no hace—como encargado del anfiteatro durante los 12 meses del año. Y sus dos hijos, uno de ellos fallecido, también trabajaron en distintas ediciones.
Lo cierto es que hoy Silvia forma parte del grupo de cuatro planchadoras oficiales de la Fiesta de la Vendimia, verdaderas heroínas anónimas que tienen la responsabilidad de que todo el vestuario luzca perfecto: sin una arruga, sin una hilacha ni cualquier otro detalle.
Se trata de una labor más integral que pasar una simple plancha a la ropa. A veces, a contrareloj y sobre la marcha, resuelven otros temas, como de costura, pegan lentejuelas, piedras y cristales con sumo cuidado y delicadeza.
Nacida en Vistalba, Silvia vive en Las Heras y durante tres meses al año cumple doble tarea. Desde muy temprano y hasta la tarde es planchadora de la Vendimia. Luego, continúa con su labor como cocinera.
Cuenta que elabora la comida en ocho domicilios particulares y que, más allá de la adrenalina y el amor por esta fiesta, le encanta porque la distrae un poco de las ollas.
“¿Qué debe tener una buena planchadora? Ante todo ser constante y disciplinada, hacer bien las cosas y jamás faltar, porque eso perjudica el cronograma y, por supuesto, al resto de los compañeros. En lo personal, como fanática, soy como Sarmiento”, se autodefine.
Otro ingrediente que no debe faltar en una planchadora que se precie, es que el trabajo le agrade. “De lo contrario no funcionaría porque todo influye en la presentación final”, advierte.
A lo largo de los muchos años que lleva en la Vendimia, hubo ediciones buenas y de las otras. Pero todas y cada una de las dejaron experiencias ricas. “En definitiva, de todo se aprende”, agrega.
Solo en una oportunidad, muchísimos años atrás, cuando aún vivía su suegra y trabajaban juntas, se le quemó una faja. Entre el calor agobiante y la desesperación, recuerda a ese momento como muy desagradable.
“No sabía dónde meterme, me moría de la vergüenza. Pero ahora entiendo que era una faja complicada y, además, la plancha funcionaba mal, había venido fallada de fábrica. Mi suegra me dijo que tuviera más cuidado y nunca más tuve malas experiencias. También recuerdo que me consolaba diciéndome que todo tenía solución”, relata.
Más allá de dejar el vestuario liso, impecable y sin una mancha, Silvia valora otros aspectos que le deja la fiesta, como conocer gente de todas partes y miles de historias, mendocinas o de visitantes de otros puntos del país que se acercan a disfrutarla.
“Salgo de la rutina y, al menos por unos meses, me aboco a otra cosa además de la cocina, porque soy cocinera todo el año. Este rol me brinda energía y adrenalina y todo el año espero que llegue esta época sagrada”, señala.
“A veces salgo muy cansada de un trabajo a otro pero, aún así, siento que vale la pena y que nada se compara con ver el espectáculo desde nuestro lugar y comprobar que todo el esfuerzo dio sus frutos”, remarca.
Eso sí, Silvia también asume que estar tras bambalinas le produce nervios y ansiedad.
“No tanto durante la fiesta en sí misma, cuando ya estamos todos ‘jugados’, sino unas horas antes, durante el ensayo general. Ahí realmente siento una ansiedad terrible porque a partir de esa instancia no debe quedar nada librado al azar”, agrega.
“Somos los asistentes del vestuario, un aspecto clave de la fiesta. Siempre digo que tenemos que estar a la altura de las circunstancias”, fundamenta.
Respecto de las lentejuelas y las piedritas multicolores que muchas veces llevan las telas, advierte que debe tener especial cuidado al plancharlas, aunque existen algunas planchas especiales para esas texturas. De lo contrario, se coloca la prenda del lado del revés o bien con un trapo encima.
Entre las muchas anécdotas que atesora en su mente, siempre recuerda un “apuro” de un bailarín al que se le había descosido el pantalón y debía salir a escena en ese momento.
“Subimos al anfiteatro y sobre la marcha le cosí el pantalón al calzoncillo para asegurarme que no se le cayera. Nos moríamos de risa y todo salió perfecto. Lo saqué del apuro y estaba muy agradecido”, relata.
El dolor y el consuelo
Silvia atravesó, poco tiempo atrás, el dolor más grande que puede sufrir un ser humano, la muerte de César, su hijo mayor, a raíz de una enfermedad.
“Mi hijo también supo trabajar en la parte de electricidad del anfiteatro. En realidad, toda la familia estuvo o está relacionada a la Vendimia. Su partida fue muy triste, algo que no se puede superar, pero este trabajo me ayuda a sobrellevarlo”, confiesa.
Todas y cada una de las ediciones tienen su encanto más allá de los problemas del país, de las crisis e incluso de la pandemia por el Covid-19.
“Siempre digo que, como en la vida, la Vendimia tiene de todo y yo soy una agradecida por los lindos ratos que suelo pasar. Que los trabajadores de la uva tengan su fiesta, su reconocimiento, me parece maravilloso y nunca me voy a cansar de pertenecer a este mundo”, concluye.