Todo sigue igual, ¿todo sigue igual de bien? ¿siguen los amigos que quiero tener? ¿Cambiar, no cambio nada? La música es el “termómetro social” de una sociedad y Argentina, en constante vorágine, se puede analizar y entender desde las bandas y artistas que supieron llevar a los escenarios lo que las calles gritaban.
Si seguimos en esta especie de análisis sociológico, hay una época que marcó a nuestros adolescentes que gritaron su “filosofía de la calle” con el deseo de que “dure para siempre”. En la “tercera ola” de explosión del rock argentino, fines de los 90 principios del 2000, los autodenominados “rolingas” coparon la escena.
Por esas épocas los pibes y pibas con flequillo recto, zapatillas de lona y pañuelito en el cuello se los incluyó dentro de las denominadas tribus urbanas. Un término global que intentó darle un marco teórico, un poco reduccionista, al estallido de miles de jóvenes que necesitaban expresar sus emociones y cantar sus quejan, en medio de un país desquiciado.
Ser rolinga en tiempos de trap y adultez
Hoy tiene 39 años. Está saliendo de una de las tantas escuelas en las que da clases de historia para ir a otra institución. Va parada en medio del micro apenas agarrada a un alto pasamano. En sus auriculares suena “Verde Paisaje del Infierno”, de Los Piojos.
Valeria Cantos se reconoce como rolinga. “No solo mantengo los gustos musicales, sino también el flequillo”, remarca esta profesora de historia, madre de Bianca (16) y una de los tantos adolescentes del 2000 que quedó atrapada por la mística stone traducida en bandas argentinas.
Hoy tiene 35 años. Mientras saca su auto para viajar hasta una municipalidad del Gran Mendoza, donde trabaja, con su mano derecha enciende el estéreo y comienza a sonar su “play list” de cabecera: Callejeros, Los Ratones, La Renga y todo la forma parte del universo rockstone local. “La música es la forma que tengo yo de alejarme un poco de los problemas cotidianos”, sintetiza Diego Leiva.
Estos dos adultos son el ejemplo de que la cultura rolinga sigue viva, un poco camuflada u opacada por otros géneros, pero la esencia nunca desapareció y como bien se sabe “Todo Pasa” y todo vuelve.
“En mi caso, el rock llegó a mi vida por herencia. Mi vieja es fanática de Spinetta y Charly y en mi casa siempre sonó esa música. Me contaba que en épocas de la dictadura escuchaban esas bandas a escondidas, también me pasó, en sus relatos, esa pasión”, recuerda Valeria.
La docente define, hoy con palabras más “acomodadas”, al movimiento que la atravesó desde los 16 años: “Es un sentimiento de comunidad, nosotros no vamos a recitales, vamos a misas o banquetes. El que está al lado tuyo siente lo mismo que vos y es una simbiosis que, al menos yo, no la he sentido así con una masa de miles”.
“La gente que siga estas bandas van todos por el mismo sentimiento, aunque cada persona se siente identificada por un tema en particular o una banda más que otra, la identificación y la empatía con el otro es muy fuerte”, reflexiona Diego.
Los rolingas coinciden en que fue la fuerte identificación con las letras y la marcada representación que sintieron con los artistas que coparon los escenarios fue lo que sentó las bases para que esta etapa del rock local se transforme en un movimiento.
“El rock es un estilo que lleva un mensaje antisistema en la voz de una generación. La música refleja la cultura, ahora el rock no es la voz de la masa. La cultura es otra. Hablan demarcas de lujo como Gucci y Prada y no solo me hacen sentir pobre (ríe) sino que no me siento representada en lo más mínimo”, analiza la profesora de historia.
Toda “Primavera Piojosa” luego encuentra oscuros inviernos y las grandes bandas dejaron sus giras, muchas desaparecieron y el furor fue acallado por otros géneros, otros códigos y otras costumbres. “Somos el nuevo Rock”, se animó a sentenciar el rapero de La Boca Trueno en medio de la expansión de la cultura urbana post regaetone.
“Hubo épocas en que fue difícil seguir siendo rolinga”, reconoce Valeria. Aunque asegura que supo encontrar señales que la hacían entender que no estaba sola. “Nos reconocemos al instante en las calles”, confirma entre risas.
Pese a todo el “look rolinga lo mantuve siempre”, dice Diego que llevó su pasión a la piel en muchos tatuajes.
Qué es ser rolinga
En esa necesidad de pertenecer a un “algo”, los rolingas formaron parte de un universo con tintes anti-utópicos enmarcados en moda. Pero algo los diferenció del resto. Los floggers y Emos, dos tribus urbanas que hegemonizaron esa época, quedaron en anécdotas y en un actual “fingir demencia” de los adultos de hoy que ocultan su pasado en chupines.
Los rolingas aseguran que han mantenido su esencia, un poco camuflada en la rutina adulta. Además, rechazan el término moda para reemplazarlo por un “estilo de vida” y se animan a ir por más: “Hay una nueva camada que se está acercando a lo que se denomina el movimiento rolinga”.
El regreso de Los Piojos al escenario, una de las bandas que marcó el movimiento, refuerza la anterior información.
Si hacemos esta pregunta fuera de las fronteras argentinas, es muy probable que las respuestas sean las mismas: un fanático de Los Rollings Stones. Y si bien la génesis está vinculada a la banda británica, aquí se argentinizó el termino y se le dio una significación propia.
El furor por los Rollings Stones terminó de generar una verdadera revolución en el país con la primera visita de la banda liderada por Mick Jagger, en 1995. Aquí nació el “dress code” rolinga: las zapas de lona, el flequillo y las leguas gigantes en las prendas.
Esto fue el inicio del “rolinga argento” que, haciendo base en el ya bien definido rock nacional, se formó el movimiento propio con artistas locales, con Los Ratones Paranoicos como los primeros que lograron “traducir” al español el estilo Stone.
Lugo el término rolinga se usó, hasta hoy, para los seguidores de bandas que responden al estilo se gestó allí: un sonido barrial en base rock tradicional.
En modo diccionario rolinga es: una persona que se identifica con la cultura del rock, especialmente con el rock nacional. Este término a menudo se asocia con la estética de los seguidores de bandas como Los Piojos, La Renga o Attaque 77. Los rolingas suelen adoptar un estilo de vestir particular, que incluye camisetas de bandas, jeans y zapatillas. Además, son conocidos por su pasión por la música y por asistir a conciertos y festivales. El término también evoca un sentido de comunidad entre los aficionados al rock en el país.
El look clásico rolinga y el ritual de los viajes por el país
Remera de banda, Jean, zapatillas de lona, pañuelo en el cuello y flequillo recto hasta el medio de la frente. El estilo Stone se puede englobar en esos pocos tips aunque las variantes son infinitas.
Cuando miles de jóvenes en los 2000 irrumpieron con sus “desfachatados” looks, el sector tradicional de esa sociedad los tildó de “sucios”. Es una “desprolijidad acorde. No sucia”, corrige Valeria.
“Yo nunca me sentí discriminado, un poco ‘malmirado’ sí”, asegura Diego. “Sé que existe esa discriminación por desconocimiento hacia el rolinga, pero yo personalmente no la sufrí nunca”, aclara Valeria.
Por fuera de la vestimenta, hubo otra característica que sintetizó a esta “tribu urbana”: los viajes por todo el país para seguir a sus bandas preferidas, una mixtura cultural entre el rock y el fútbol que sorprendió a propios y extraños.
“Yo he viajado a todos ladas a ver a Callejeros, Gardelitos, Los Ratones Paranoicos. Y ahora, cuando puedo, lo sigo haciendo”, explica Diego, quien recientemente viajó al estadio de Vélez para estar en el megashow de la banda liderada por Juanse el pasado 14 de septiembre.
En medio de este furor, una tragedia enlutó al país, pero más a la comunidad rockera. El 30 de diciembre de 2004, 194 jóvenes murieron asfixiados en el incendio del boliche Cromañon, en el barrio porteño de Once durante un recital de una de las bandas que en ese momento venía marcando el movimiento: Callejeros.
“Es un luto que llevaremos siempre. No sé si contribuyó a unir o potenciar a los rolingas como comunidad, creo que es una herida que aún está abierta”, dice Valeria.
El regreso de Los Piojos: una revalorización para viejos y nuevos rolingas
La banda liderada por Andrés Ciro Martínez sorprendió a sus seguidores con el anuncio de su regreso a los escenarios (al menos siete fechas en diciembre y enero en el Estadio único de La Plata) y el “rolingometro” trepó a su máximo.
Bianca, con solo 16 años, sintió el hervor que sintió su mamá Valeria a su misma edad y le ordenó: “Tenemos que ir a ver a Los Piojos”.
Así, y como una nueva muestra del ritual mágico, Valeria, Bianca y su papá (músico radicado en Buenos Aires) se unirán en un nuevo festín piojoso. “Así es el rock”, resume la profe.
“Con la vuelta de Los Piojos, el rolinga volverá a salir como en aquellos tiempos cuando tocaban en Pacifico o en River. Volveremos a ser los mismos, solo que con unos añitos más”, afirma Diego.
Furor por viajar a ver a Los Piojos: cuánto sale viajar desde Mendoza
Los Piojos agotaron cuatro fechas en el Estadio Único de La Plata y sumaron tres nuevas presentaciones para que todos sus fanáticos puedan disfrutar de su esperado regreso tras 15 años.
Según informó la banda, las entradas para el 14, 15, 21 y 22 de diciembre ya están sold out, y quedan algunas disponibles para el 18. Debido a la gran demanda que generaron horas de filas virtuales, la banda, encabezada por Ciro Martínez, ha programado nuevas fechas para el 25 y 26 de enero de 2025.
“Apenas anunciaron las fechas, en pocas horas ya tenía a más de 20 ‘manijas’ confirmando el viaje a La Plata. Ahora ya tenemos varios micros llenos”, retrató Maximiliano “Chapu” Chacón, quien además de ser “rolinga” organiza viajes a recitales desde hace años (para info: 2613 477029) y asegura que lo sorprendió la respuesta de los piojosos.
“Sacamos un bondi por cada fecha”, remarca.
El pasaje ida y vuelta en micro semi cama con parrillada incluida (sin entrada) sale $90.000 ($95.000 coche cama). “Se puede ir pagando en cuotas”, dice Chapu.
Si bien para congelar las tarifas hay que señar, lo bueno de esta opción es que permite confirmar una butaca pero no la fecha. “Podemos ir viendo para qué día tenés entrada y ahí te ubicamos en el micro de ese día. La idea es ir asegurando los lugares para tener los micros disponibles ya que es temporada alta”.