Todo surgió a partir de una investigación desarrollada en Filipinas, publicada por el portal científico The Conversation, en la que midieron los niveles de testosterona en sangre de más de seiscientos hombres jóvenes, a lo largo de casi un año.
El estudio observó que aquellos que más niveles de la hormona al comienzo del estudio, después de cuatro años y medio tenían una mayor probabilidad de haberse emparejado y haber sido padres que los hombres con menor nivel.
Sin embargo, eso no fue lo que más sorprendió, ya que forma parte de la gran influencia de la testosterona en los hombres, tales como como la aparición del vello facial y corporal, el agravamiento del tono de voz, el crecimiento de la nuez de Adán, la producción de musculatura, el crecimiento del pene, la producción de espermatozoides, y la configuración facial angulosa.
Además, en la adultez predispone a ser más agresivos con los semejantes e induce a cortejar a la persona con la que uno se quiere emparejar. Es por esta que se la reconoce como la hormona que promueve el emparejamiento y la competencia con otros hombres.
Lo que llamó la atención de la investigación es otro de los resultados: que los jóvenes que participaron en el estudio tras ser padres experimentaban fuertes descensos en los niveles de testosterona.
Esos descensos eran significativamente mayores que los que, por efecto de la edad, experimentaban los hombres que no habían sido padres. Y por si todo esto fuera poco, el descenso en la testosterona fue mayor en los padres que dedicaban mayor atención a sus hijos que en los que casi no se ocupaban de ellos.
La coincidencia en las aves
En las especies en las que los machos asumen una parte de la tarea de cuidar a la prole, o contribuyen con su aportación de alimento a su crianza, su éxito reproductivo depende de la magnitud del esfuerzo que dedican a esa tarea.
Dado que el tiempo y otros recursos son limitados, los que se dedican a tratar de aparearse con otras parejas reproductivas no se pueden destinar al cuidado de la progenie, por lo que entre esos dos cometidos se establece un conflicto.
Es decir, cuantos más recursos se dedican al cuidado de la familia, menos pueden destinarse a buscar parejas reproductivas adicionales. Parece, por tanto, lógico que la testosterona, dado su papel en la fisiología y psicología del emparejamiento, cumpla un papel importante en la regulación de esa alternativa.
En las aves, efectivamente, se ha demostrado que la testosterona cumple ese relevante papel. Sin embargo, hasta este estudio en Filipinas, en los mamíferos no se había podido determinar una relación clara entre los términos en los que se establece la disyuntiva entre emparejamientos múltiples y el cuidado de la prole, aunque había varias observaciones que no se habían considerado suficientemente concluyentes.
Así pues, si la testosterona se mantuviese en niveles altos tras la paternidad, aumentaría la probabilidad de que el varón dedicase demasiado tiempo y energía a buscar otra posible pareja, y ello iría en detrimento de la atención a sus hijos.
Y la posible ganancia en términos de éxito reproductivo que pudiera derivarse de tener hijos con la nueva pareja, se vería contrarrestada por la posible pérdida que se produciría al disminuir su contribución al cuidado y atención de los que ya tiene.
Por eso, a través de sus efectos sobre la testosterona, la paternidad hace que disminuya la probabilidad de que los varones busquen otras parejas reproductivas y dediquen esfuerzo y recursos a ello.