Los incas anexaron a los huarpes hacia 1450-1470 y pasaron a controlar un extenso territorio que llegaba hasta el río Diamante. Sin embargo, las únicas construcciones incaicas se han encontrado en el valle de Uspallata, ya que en los valles y llanura orientales habrían sido destruidas porque se ubicaban en lugares destinados a la agricultura o a la localización de ciudades.
Esta falta de hallazgos explica las dudas sobre la ubicación de los sitios incaicos, lo que ha dado lugar a diversas propuestas. Recientemente se ha obtenido un avance muy importante sobre el tema, ya que a través del análisis de documentos y planos antiguos se pudo establecer la ubicación aproximada de uno de estos sitios, en pleno departamento de Guaymallén.
Durante la conquista española, uno de los principales incentivos de los soldados era recibir tierras productivas y muchos indígenas para que las trabajaran.
En 1561 Pedro del Castillo repartió tierras a sus hombres. Esos terrenos fueron ampliados en 1574 y ese mismo año el Cabildo procedió a realizar la mensura correspondiente. Se trataba de 15 chacras que se ubicaban al norte de una estancia perteneciente a un importante vecino de Mendoza, Alonso de Reynoso, cuya demarcación se tomaría como referencia para las siguientes. La delimitación comenzó con la colocación de dos hitos que marcaban el límite sur del terreno de Reynoso. Un detallado análisis documental realizado por Ernesto Palacios indica que esos mojones se habrían ubicado sobre la actual calle Pedro Molina (que en ese momento era conocida como “Camino de Goaymaye”), en las intersecciones con las calles Allayme y Avellaneda.
Ubicación de la estancia de Alonso de Reynoso
Lo interesante es que, según un acta del Cabildo de Mendoza del 31 de diciembre de 1574, este último hito se puso “en los paredones del inca que llaman pucara”. En el siglo XVI, los “paredones” eran paredes de edificios viejos que ya no tenían techo. Por lo tanto, el lugar donde se colocó el hito más alejado era una construcción inca que estaba probablemente ubicada en la esquina noroeste o noreste del cruce de las calles Pedro Molina y Avellaneda. Dado que la palabra pucará está asociada a una funcionalidad defensiva, es probable que, aunque no cumpliera ese papel se tratara de una construcción de grandes dimensiones, posiblemente ocupada por los encargados de administrar la zona para el estado incaico. Como los límites de la estancia de Reynoso coincidirían exactamente con importantes calles modernas, resulta muy interesante el hecho de que la configuración de esa propiedad del siglo XVI condicionó el ordenamiento territorial del sector durante los cinco siglos siguientes.
El propio Alonso de Reynoso tenía una estancia de más de 400 ha situada a tres o cuatro leguas (entre 16,5 y 22 km) hacia el este, en la zona de las actuales localidades de Corralitos y La Primavera, en la que “sembraban los indios en el tiempo del inca y después no han sembrado ni viven en ellas”. O sea que el producto de esas tierras estaba destinado al mantenimiento del estado incaico. Finalmente, otro documento indica que en 1583 el gobernador Alonso de Sotomayor confirmó la entrega de una estancia dada en 1562 por Juan Jufré a Alonso de Videla. Se trata de otro terreno cultivado para el Inca, que era regado por una “acequia grande que el Inca sacó”. Estas tierras pudieron ubicarse cerca del río Mendoza, en las actuales localidades de Palmira, Tres Porteñas o Villa Tulumaya/Costa de Araujo.
La información anterior muestra que los incas tuvieron un especial interés en las tierras fértiles del actual departamento de Guaymallén y en el control de la fuerza de trabajo de las poblaciones huarpes locales. Los datos analizados indican claramente que la ocupación incaica en el norte de Mendoza tuvo una escala y una incidencia mucho mayor que la supuesta por los arqueólogos hasta hace poco, más acorde a los profundos cambios que los incas introdujeron en el sistema político, en la organización territorial, en la infraestructura y en la cultura material (cerámica, vestimenta, adornos, armas, etc.). Esta transformación habría sido mucho más profunda y sus vestigios seguramente serían mucho más visibles si el control incaico no hubiera durado sólo unas pocas décadas, hasta la caída del imperio a manos de Francisco Pizarro en 1533.
Teniendo en cuenta lo anterior, resultan de gran interés algunas expectativas acerca de las futuras investigaciones. Por un lado, se podría aprovechar cualquier oportunidad que surja para realizar excavaciones arqueológicas destinadas a verificar la presencia incaica en la esquina de Pedro Molina y Avellaneda y en los alrededores. Por otra parte, la documentada presencia de varios sitios incas en Guaymallén sugiere que pudo haber otros similares en la parte sur del Gran Mendoza y en el Valle de Uco, que podrían ser buscados y hallados por estudios venideros. Finalmente, aunque no se cuenta actualmente con las pruebas pertinentes, los datos sobre la apertura de nuevas acequias por los incas indicarían una preocupación por optimizar el sistema de irrigación local, y en ese sentido podría resultar que el estado incaico haya mejorado el diseño y funcionamiento de la red de canales que tomaba agua del río Mendoza y la trasladaba hasta diversos sectores de la ciudad homónima, Godoy Cruz, Las Heras y Guaymallén.
* El autor pertenece a Conicet-Universidad Nacional de San Juan. Este artículo se realizó en coautoría con el ingeniero Ernesto Palacios (Universidad Nacional de La Rioja).
Producción y edición: Miguel Títiro - mtitiro@losandes.com.ar
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Bibliografía:
-E. Palacios. 2018. Mendoza. La ciudad perdida. De los cuatro vientos. Buenos Aires.
-A. García y E. Palacios. 2022. Paredones, tierras y acequias del inca en el valle de Guentata y zonas aledañas (frontera meridional del Tawantinsuyu). Indiana 39.2: 133-158.
-E. Palacios y A. García. 2023. Reconstrucción histórica del sistema de riego prehispánico tardío y colonial temprano de Mendoza. Multequina 30 (1): 181-201.