Entrar al quincho de Daniel Di Giuseppe (53) en su casa de calle Coronel Díaz (Las Heras) es como viajar en una máquina del tiempo. Como subirse al DeLorean del Doctor Emmett Brown -de Volver al Futuro-, y recorrer una línea del tiempo con un leitmotiv particular: la radio. Los más de 70 equipos radiofónicos que decoran -aunque más que decorar, encapsulan- el lugar preferido del técnico mecánico en su casa permiten ir desde 1931 hasta 1976; y contando. Aunque en el anexo que el “museo” tienen en el living de su casa, el viaje en el tiempo llega hasta 1914 de la mano -o del sonido- de una extravagante vitrola de la que se escapa un melancólico tango periódicamente. “A veces hago que la vitrola ‘escuche’ un tango, para que recuerde esas épocas”, destaca Daniel, son su humilde sonrisa.
La pasión de este mendocino por las radios comenzó en 1974, cuando tenía apenas 7 años, y con su hermano mayor como nexo. “Él tenía 14 años y decidió dejar la escuela y estudiar Radio y Televisión por correspondencia. Y yo me colaba en las clases. Luego él empezó a trabajar como aprendiz en un histórico taller de Suipacha y Martínez de Rozas; y yo lo acompañaba. Con 7 años empecé a arreglar las Spica; fue como una crónica anunciada del futuro”, rememora Di Giuseppe sentado en el centro del quincho - taller, y con las 70 radios a su alrededor, como si lo escucharan también a él y con atención.
Más de la mitad de los equipos funcionan, mientras que el resto está a la espera de alguna válvula o “cosito del coso” que los regrese a la vida. Es el propio Daniel quien les devuelve la vida, como una versión siglo XXI del doctor Frankenstein mezclado con Geppetto. “Les pongo nombre a las radios. Una se llama Pascualina, como mi mamá, y porque era la que escuchaba ella cuando éramos chicos. Después hay otra que se llama Agustina, como una de mis hijas. Y también compré otra que era igual a una que tenía mi padrino”, enumera; siempre en el quincho - taller, que también hace las veces de museo. Y de punto de encuentro de asados con amigos, donde -por lo general- terminan escuchando a The Beatles en el amplificador Philips al que Daniel le incorporó tecnología bluetooth y un tocadiscos.
Todo está guardado en la memoria
“La radio a válvula, cuando la prendés, ‘tira’ un olor especial. A mí me quedó el recuerdo olfativo; entonces cada vez que la prendo, es como que viajo a esos tiempos felices”, reflexiona en voz alta el técnico mecánico que hoy trabaja por su cuenta reparando bombas de bodegas. “Cuando trabajaba como empleado, tenía un poco más de tiempo para dedicarle a las radios. Los sábados me encerraba en el quincho y dedicaba todo el día a arreglarlas. Pero ahora le estoy dedicando un poco menos de tiempo, quizás dos o tres horas los fines de semana”, cuenta el aficionado y apasionado a la radio.
Luego de sus inicios en la reparación de las Spica y como socio de su hermano mayor, ambos se alejaron de las radios. Recién en 2006, Daniel volvió a tener un acercamiento, que terminaría por convertirse en su pasión. “Buscando lámparas de iluminación en Mercado Libre para la casa, me topé con radios antiguas en el sitio. Y así compré mi primera radio: una que habían ensamblado radiotécnicos argentinos con muebles y chasis. La compré en una subasta y me costó 55 pesos”, recuerda con la nostalgia no solo del equipo en sí, sino también de lo que valían 55 pesos hace casi 14 años.
Esa fue la primera de las 70 radios; muchas compradas, otras donadas (unas 20). “Tengo otras más para reparar, aunque algunas están esperando la jubilación”, confiesa y sonríe.
La preferida y la deseada
Con si fuesen figuritas, Daniel Di Giuseppe tiene su preferida; esa radio que mira por encima a las demás. Es una Telefunken (alemana) de 1931, y que fue la quinta que compró. “La vi en una casa de antigüedades de San José, y me enamoró. Fue en 2008 y costaba 800 pesos. Era mucha plata en ese momento; pero investigué y vi que en Europa salía 1.100 euros. Así que la compré. Le faltaba una válvula, y el hijo de un amigo que estaba en Alemania la consiguió y me la trajo; ahora funciona perfecto. Si hubiese querido, podría haber hecho negocio y venderla. Pero no me interesa”, se sincera. Y aclara que ni siquiera estaría dispuesto a escuchar ofertas. “Cada radio encierra historia. La del ’31, por ejemplo, relató toda la Segunda Guerra Mundial”, sigue.
Otra de las preferidas es la Grundig de 1959, con FM y ecualizador gráfico. Es la que, encendida, acompaña de fondo la charla; y con la que se luce haciendo gala de sus distintas funciones. La compró en Chile, y consiguió las válvulas por internet.
Daniel también tiene la “figurita difícil” entre ceja y ceja, la que quiere conseguir como sea y cueste lo que cueste (tiene un costo: 11.500 pesos). “Es una Westinghouse, a la que se conoce como ‘heladerita’ ya que tiene esa forma. La tengo en vista, pero no tengo los 11.500 pesos”, se sincera.
La curiosa
Una Tefifon del año 1956 es la que -a criterio de Di Giuseppe- se llevaría el título de “curiosa”; sobre todo por cómo llegó a sus manos. “Se la compré a una chica de Buenos Aires. La había publicado en internet, pero la chica no tenía mucha idea de la historia. Me contó que la había traído una tía de ella, de Alemania, que era diplomática y a quien habían enviado a Argentina después de la Segunda Guerra Mundial. Tiene una especie de casete, con una cinta magnética que se escucha cuando pasa una púa”, explica, mientras sostiene en sus manos justamente la cinta magnética.
Las más nuevas que posee -dentro de las históricas- son una Noblex Siete Mares y una Tonomac Súper Platino; ambas de 1976.
Fiel oyente
Además de su pasión por los equipos radiofónicos, Daniel Di Giuseppe tiene un vínculo muy fuerte con la radio desde el lugar de oyente. Su infancia en Panquehua (Las Heras) escuchando radio al costado de la estufa y las tardes tirados bajo los durazneros escuchando música en las radios con baterías son solo algunos de los momentos que fluyen de entre sus recuerdos.
“La radio fue una gran compañera en mi familia. Recuerdo a mi mamá escuchando a Servando Juárez en LV10, siempre con volumen bajo para gastar poca pila. Hasta el último día escuché a Héctor Aloia en Nihuil y en Ayer, me gustaba mucho”, agrega Daniel. “Me gustaría mucho trabajar en radio, estar ahí. Me parece muy importante la tarea de comunicar”, acota.
El guía de su propio museo
Cuando los amigos de Daniel van a su casa, el quincho y los aparatos funcionan como un imán. Con curiosidad, los visitantes recorren a pie el perímetro de la habitación, husmeando las 70 radios. Y siempre está allí Daniel, dispuesto a responder preguntas, o a acotar detalles sobre la historia de cada equipo. “A veces vienen amigas de mi hija, y ella les muestra las radios. Y yo hago la visita guiada”, sostiene el aficionado; quien vive con su esposa y sus dos hijas (de 20 y 26 años).
Siempre que alguien va a visitar a Daniel, recuerda que tiene algo para donar a su museo. “Se acuerdan que tienen discos abandonados; por ejemplo. Y me dicen que estaban pensando en tirarlos. Yo les digo: ‘¿¡cómo vas a tirar eso!?’, y me lo regalan”, cuenta Di Giuseppe.
Incluso, el hombre se entusiasma con ampliar su colección, con conseguir la “heladerita” Westinghouse; y también con poder -en algún momento- mostrar su colección a quien lo desee.