A Graciela Del Piccolo la inunda el llanto cuando relata la emoción que la invadió el martes pasado, día en que rindió el último final del profesorado en Biología en el instituto Tomás Godoy Cruz -conocido como el “Normal”- nada menos que junto a su única hija Verónica.
Llora y asegura que siente una felicidad indescriptible y, claro, agrega que le sobran los motivos. “Por un lado, toda madre desea darle estudio a un hijo y el hecho de haber transitado juntas la carrera fue hermosísimo. Nos ayudamos mutuamente: yo, para sostener los gastos y ella me imprimía los cuadernillos. Así pasábamos largas horas repasando”, evoca Graciela mientras llora y se ríe a la vez.
Por distintos motivos, esta mujer de 60 años que vive en Dorrego, Guaymallén, no tuvo la posibilidad de estudiar cuando finalizó la secundaria. Sin embargo, mucho tiempo después, realizó una tecnicatura en Seguridad e Higiene y actualmente tiene a su cargo unas pocas horas en colegios de Rodeo del Medio y de Maipú.
Por eso “abrió los ojos” cuando Verónica inició la carrera de Biología en la facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad Nacional de Cuyo. Cuando vio que a su hija se le superponían los horarios (en aquel momento trabajaba full time) le sugirió inscribirse en el Normal. Ella estaba dispuesta a hacer lo mismo.
“Así lo hicimos. Corría 2017 y resultó un esfuerzo enorme. Eso sí: la felicidad de hoy no se compara con nada”, grafica esta madre divorciada que vive sola desde que “Vero” se mudó con su novio a Godoy Cruz hace unos meses.
En la puesta en común que rindieron por Meet sobre la experiencia en la práctica docente, ambas aprobaron con un punto de diferencia: Graciela se sacó un 7 y Verónica un 8. El examen no resultó sencillo, admitieron ambas. A la noche, junto con otros compañeros de la carrera y algunos familiares, brindaron y compartieron pizzas para celebrar esa alegría.
Vocación compartida
Verónica también se emociona hasta las lágrimas cuando intenta definir a su madre. “Es una gran persona, estoy muy orgullosa. Ella estudiaba mientras trabajaba y no olvidemos que tiene 60 años, no es lo mismo que cuando uno es más joven. Logró algo muy valioso”, apunta la joven profesional.
Y remata: “Estudiar juntas fue emocionante y hermoso. Siempre estuvimos a la par, compartíamos apuntes, repasábamos, nos sacábamos dudas. Hoy miro hacia atrás y no tengo dudas de que fue una gran experiencia”.
Tanto a la madre como a la hija siempre les gustó la naturaleza y todos los temas vinculados con la salud que suelen abordarse en la carrera de Biología. Ambas están expectantes por empezar a trabajar cuanto antes.
Graciela continuará en la docencia, aunque podrá sumar horas y nuevos colegios, que es precisamente a lo que aspira.
Verónica, por su parte, iniciará la actividad profesional que tanto anhelaba.
“Casi sin querer, el instituto también me dio una fuente laboral porque eran tantos los cuadernillos que había que imprimir que decidimos comprar una impresora y ofrecer ese servicio a los estudiantes”, relata la joven de 26 años.
Hoy su emprendimiento de impresiones y anillados la ayuda a sortear los gastos que ocasionó el estudio y además, cuenta, cada vez tiene más clientela de distintas carreras.
“Tengo fresca en la memoria la tarde en que mi mamá me pidió anotarnos juntas en el instituto y nunca me arrepentí de esa decisión”, agrega Verónica y relata el difícil año de pandemia que vivieron juntas y en el que aprovecharon a “sacarse de encima” todas las materias pendientes.
“Retomamos con normalidad 2021, siempre muy entusiasmadas, sobre todo mi mamá, que en su tecnicatura no había visto los temas pedagógicos tan necesarios para enfrentar al aula”, completa la flamante profesora.
La última materia que cumplieron resultó una de las más desafiantes: práctica profesional docente. “Nos tocó desarrollarlas en el DAD, nada sencillo porque nos evaluaron en forma permanente profesores con gran trayectoria. Así y todo, fue una alegría poder demostrar todo lo aprendido”, rememora “Vero”.
Un regalo de Navidad
El 25 de diciembre de 1995 Graciela recibió el mejor regalo de Navidad jamás imaginado: ese día nació Verónica Agustina, la hija que le dio siempre grandes satisfacciones, asegura.
“Eso sí: la frutilla del postre, sin dudas, fue haber estudiado juntas, haber compartido los repasos, los nervios, los exámenes. Es un regalo de la vida. Estoy agotada y algo estresada, pero feliz”, resume Graciela, entre risas.
Es que para ella no resultó fácil combinar trabajo y estudio. Sus horas de clase -dicta la materia Tecnología- las reparte en distintos colegios alejados entre sí. Uno de ellos es la escuela Madre Teresa de Calcuta, en Rodeo de la Cruz, mientras que la otra es la 4-097 Gilda Cosma de Lede, en Maipú.
Y cierra: “No llegamos improvisadas al examen final, sino que nos preparamos mucho y debo confesar que Vero me dio una mano grande. Hoy la alegría es inmensa porque sé que ella se siente orgullosa de este logro compartido”.