Dice que no se puede quejar, que tiene donde dormir y que los platos son los mejores, que tiene tiempo para leer, para estar en la pileta o tomar sol, pero que extraña las tortitas que venden a la vuelta de su casa, en Guaymallén y charlar con su familia.
Camila Ávila (30) abordó el crucero donde trabaja el 4 de enero sin saber que hoy, poco más de seis meses más tarde, seguiría arriba de un barco. “El 28 de febrero, luego de haber estado en la Antártida fue el último día que tocamos tierra. Ese día que embarcó un huésped y nos fuimos para África porque el crucero terminaba en Sudáfrica, en Capetown”, cuenta la mendocina que se desempeña como guest relations manager en el barco.
Continuando, contó que en medio de ese viaje empezó el punto más álgido del coronavirus y el aislamiento social. “Empezamos a navegar y cuando llegamos a Tristan de Cunha, en el Atlántico Sur - donde tenían unos tours programados- no se pudieron hacer porque la gente de la isla preocupada cancelaron las visitas de turistas. Por eso fuimos directamente a Sudáfrica”, contó Camila cuyo periplo se puede seguir en Instagram.com/camibloom.
El 18 de marzo, en Sudáfrica la gente no podía bajar del barco, porque los números de contagios y víctimas en este país era alarmante, por lo que tuvieron que esperar una autorización especial del gobierno de aquel país. “Se desembarcaba por grupos mientras se obtenían los vuelos para repatriar a los huéspedes y a los empleados”, relató la mendocina quien de todas formas advirtió que el gobierno decidió que la tripulación debía permanecer a bordo.
Así, el viaje de los tripulantes continuó hasta Portugal, donde tenían previsto hacer puerto seco para la remodelación del barco, sin embargo, no pudieron hacerlo y finalmente atracaron en Tenerife, en las Islas Canarias españolas. Allí subieron tripulantes de otros dos barcos de la empresa y partieron hacia Southampton, en Inglaterra, porque había mas posibilidades de vuelos para la tripulación.
“Llegamos ahí y de a poco algunos empezaron a desembarcar dejando los barcos con la tripulación mínima. Ahora estamos rumbo a Marsella, en Francia. Los que quedamos somos latinos que tenemos los paises con las fronteras cerradas o vivimos lejos de las capitales a donde llegan los vuelos”, detalló Camila agregando que en su barco hay 92 tripulantes de los cuales 50 trabajan en el puente y la maquinaria, y otros 15 en la parte de hotel.
A la espera
La joven cuenta que debería haber desembarcado en mayo sin embargo aun se encuentra sobre el agua. Para matar el tiempo, porque están demasiadas horas sin actividad, tratan de mantenerse ocupados yendo al gimnasio, a la pileta, leyendo un libro o tomando sol. “También sacamos fotos. Todo lo que sea para matar el tiempo, porque es bastante complicado estar acá”, dijo.
De todas formas, agregó que a pesar de todo no está apurada ya que tiene lugar para domir, comida “muy buena” y de la que no se puede quejar. En julio cumple 31 y según dijo, cree que pasará su cumpleaños en el mar.
“Extraño la comida de casa, un buen asado, un alfajor o las tortitas del quiosco de atrás de mi casa. En este momento estaría en mi casa, comiendo la comida de mi mamá, pasando tiempo con mi abuela y mi sobrina que tiene un año y esperando a mi sobrino nuevo. Sobre todo con mi hermana y mis papas. Se extraña la familia. Pero bueno habrá que esperar un tiempo más”, terminó.