Cada año la elección de la reina de la Vendimia adquiere mayor trascendencia. Entre el primer acto efectuado en 1936 y la elección verificada anoche existe, en lo que a la adhesión popular concierne, todo un rápido proceso de superación. 1936 marca el comienzo promisorio. 1939 evidencia un éxito plenamente logrado, abriendo hacia el futuro amplias perspectivas.
Cuatro celebraciones anuales han bastado, pues, para que la Fiesta de la Vendimia se haya convertido en el acontecimiento de mayor raigambre popular entre el cúmulo de festividades que en los doce meses del año se llevan a cabo entre nosotros. La elección de la reina de los pámpanos, magnifico corolario de un significativo homenaje a la mujer mendocina que cultiva la tierra, atrae muchedumbres jubilosas que condensan con entusiasmo la simpática finalidad del suceso.
Bien sabemos que el pueblo da o quita importancia a los actos públicos. En el caso de la Fiesta de la Vendimia, el concurso del público es excepcional, en definido plano progresivo. Ya no puede haber escépticos que duden del éxito, porque el triunfo categóricamente se ha impuesto a la duda. La mujer del interior de la provincia, hecha en las duras faenas de sus modestas habilidades, luce ahora su juventud y su belleza en deslumbrantes reuniones que la ciudad capital organiza en su honor. Hay en todo esto un claro sentido de reivindicación justiciera. Nuestra campiña está llena de posibilidades. Y es dignificando a la mujer campesina el mejor camino inicial para el logro de todas esas fuerzas latentes. La Fiesta de la Vendimia ha permitido a la obrera rural salir del círculo estrecho de su vida cotidiana. Ser reina de los pámpanos es ya un mérito sobresaliente, pues encierra en la verdad radiante de sus simbolismos la pureza concreta de una raza de mujeres nuevas que en la cosecha de los racimos prietos y jugosos pone al servicio del trabajo el preciado desarrollo de energías. Mendoza puede enorgullecerse de sus mujeres humildes, que forjan la grandeza del suelo natal en los valles plenos de sol y aire puro. Mujeres sanas de alma y cuerpo, verdaderos exponentes de la argentinidad soñada. Reinas de una labor constructiva, reinas de sangre roja, únicas reinas de verdad. Para ellas, la ovación delirante y perdurable de la muchedumbre.
En el proscenio, que como dejamos dicho simulaba un pueblo imaginario en el cual sus habitantes procederían a elegir su reina, los contrastes de luz y de sombra creaban magnético aspecto a los relieves y alegorías de su ornamentación, hecho que era auspiciosamente comentado por el púbico (...).
A las 22.35 hacían acto de presencia en el piano oficial las autoridades visitantes y locales (…). funcionarios provinciales y miembros de las distintas entidades nacionales y provinciales. A las 11 aproximadamente dio comienzo a la ceremonia la ejecución del Himno Nacional bajo la dirección del maestro Blanco. La canción patria fue cantada por un coro de obreros ubicado frente al proscenio, como así también por el público (...).
A continuación, se anunció por intermedio de altoparlantes el simbolismo del proscenio. Se explicó que era una aldea ilusoria en la que su pueblo habría de festeja la Fiesta de la Vendimia: fiesta de Ia esperanza, del trabajo y de la belleza (...). En esos instantes un agudo toque de clarín anunció la presencia y desfile de reinas de la vendimia (...).
Comienza el espectáculo
A medida que las reinas se exhibían al público, el toque de clarín anunciaba la próxima presencia de otra, manteniéndose de esta manera constantemente la atención de la concurrencia.
Después de su presentación, las representantes departamentales, tomaron ubicación en lugares destacados del proscenio dejando un gran claro al centro donde el conjunto coreográfico habría de poner en el espectáculo una magnífica expresión de arte.
Dentro del simbolismo de la fiesta de esa aldea imaginaria, el ballet representaba al pueblo danzando alegremente con motivo de la coronación de la reina.
El recital de danzas
Aun cuando fue breve el programa ofrecido por el elenco estable del teatro Colón, que animó este aspecto de la fiesta, cabe consignar que su interpretación sirvió para completar el concepto que de sus figuras centrales se tenía por su participación en la función del 26, como así también para apreciar la posesión artística del cuerpo de baile. Breves “divertissements” sirvieron de base a la nueva presentación del cuadro, concebidos todos en base a temas musicales de intensa jerarquía artística. En la composición coreográfica de Nemanoff sobre música de Catalani, el cuerpo de baile tuvo oportunidad de manifestar su disciplina, sirviendo el poema con atildada penetración y gracia. Dora del Grande y Arturo Pikieris en “Pastoral”; Maria Ruanova en la vibrante creación de “Diana”” sobre música de Mussorsky; Leticia de la Vega en “Primavera”, con música de Grieg; y las solistas en modo especial en la interpretación de “Danza de Figenia”, coreografía de Margarita Wallmann sobre música de Gluck, demostraron la posibilidad de sus recursos interpretativos, dando colorido y belleza a las variadas composiciones. El maestro Kinsky dirigió acertadamente la orquesta traduciendo el espíritu de los poemas musicales con visible penetración.
Tanto de la ponderable ejecución plástica de los integrantes del elenco, pues, como debido al eclecticisino y jerarquía de las coreografías interpretadas se desprende el apreciable aporte que su realización significó para el realce de la fiesta, la cual se vio de esta suerte acreditada con magníficos valores artísticos.
Presentación de las reinas
Terminado el número de “ballet al que, como queda dicho, se le había adjudicado un aspecto alegórico dentro de la festa de la aldea imaginaria, las reinas departamentales abandonaron al núcleo de su corte trasladándose al centro del proscenio a objeto de que el público pudiera admirarlas momentos antes de que se procediera a la elección. Cerradas salvas de aplausos saludaron a todas las representantes departamentales a medida que se adelantaban en el escenario. Poco después se trasladaron a la escena los miembros del jurado para proceder a la designación de la reina.
Momentos después de intensa ansiedad, por intermedio de los altoparlantes se anunció que había sido designada reina de la Vendimia de 1939 la señorita Susana Justel, representante del departamento de Las Heras. Entusiastamente recibió la concurrencia la proclamación de la señorita Justel, agradeciendo esta con amable sonrisa las demostraciones que partían unánimes del público.
La primera Bendición de los frutos
(…) La tocante ceremonia de la bendición de los frutos fue breve, pero expresiva. La bendición estuvo a cargo del Obispo de Mendoza, monseñor José A. Verdaguer, quien se encontraba rodeado de los siguientes sacerdotes: Superior de los Jesuitas, Delfin Grenon; Superior de los Padres Mercedarios de Córdoba, Pablo Rafael Beatti; Carlos Carroll, capellán del Ejército; R. P. Domínguez, Jesús Acerete. R. P. Mulner, R, P. Artal.Ante dos carros colmados de frutos, uno de ellos puramente de uva, se llevó a cabo la bendición. Varios jinetes vestidos a la usanza gaucha, rodearon a los vehículos aludidos, para descender luego de sus cabalgaduras y permanecer por largo rato arrodillado (…).