Aludir en estos breves minutos a la figura de Alberto Castillo parece una irreverencia. Porque tiene muchas características particulares. Por ejemplo, teniendo ya 79 años grabó un alegre y bullicioso candombe: “Siga el baile”, con Los Auténticos Decadentes, un conjunto de música moderna.
También tuvo el coraje –y la personalidad- para modificar costumbres de todos los cantores que lo antecedieron.Abandonó la postura estática de estos para moverse permanentemente en el escenario: se inclinaba frente al micrófono, colocaba su mano derecha cerca de sus labios, el cuello de su camisa estaba siempre desabrochado y su corbata aflojada eran también una marca propia.
Pero además fue un cantor de voz muy personal. Tenía por ello admiradores fervientes y detractores encarnizados.
Fue una especie de transgresor, porque hasta su ropa era diferente. Traje cruzado con decenas de botones y anchas solapas en tela brillante.
No se pareció vocalmente a nadie, no tuvo herencia ni dejó herederos. Fue vocalmente muy afinado, con registro de tenor, voz blanca y repertorio quizá reiterado, pero con la amplia complicidad de su público.
Vivió una vida larga y feliz. Se casó a los 31 años con Ofelia Oneto.
Alguna vez –café mediante- me decía Alberto Castillo en un programa de Canal 2, precisamente de tango, donde trabajaba quien les habla: “Sí, he sido muy feliz desde siempre, y sonrío permanentemente, porque la alegría me viene desde adentro. Pero una gran tristeza me invade muchas veces, aunque solamente en la soledad de mi dormitorio. Por la muerte de mi esposa Ofelia, la única mujer que quise”.
Y agregaba textualmente: “Como se dice en el fútbol, debuté como cantor en primera a los 20 años. Canté aunque por muy poco tiempo; con la orquesta de Julio de Caro; a los 21 con la de Augusto Berto. A los 27 años comencé con Ricardo Tanturi. Me recibí de médico al año siguiente. Tuve muy buenos hijos: dos varones médicos y una hija ingeniera y médica veterinaria”. Seguía: “Y siendo un hombre simple como soy –decía con modestia auténtica- le agregué 54 barrios a Buenos Aires. Eran 46 y ahora son los 100 barrios porteños. ¡Qué lástima que se me fue Ofelia!”, terminó diciéndonos con un brillo en los ojos que denotaban una honda pena interior. Es que las tristezas nos dibujan marcas que las alegrías no borran.
Un 23 de julio de 2002 se nos fue Alberto Castillo, quizá buscando su Ofelia. Tuvo una vida intensa. Filmó 18 películas y grabó más de 300 discos. Su primera grabación fue el vals “Recuerdo”.
Fue amado por las mujeres y hasta los últimos momentos de su vida lo acompañó un carácter alegre y cordial. Y con relación a ese carácter queremos finalizar con un anécdota que nos tocó vivir con el cantor.
Hace unos 15 años se realizaba en el teatro San Martín, en las Termas de Río Hondo en Santiago del Estero, un festival benéfico. Nos solicitaron que participáramos con algunas reflexiones y aforismos sobre la solidaridad.
Superando mi rechazo al escenario, aceptamos. Cerraba el festival Alberto Castillo.
Llegamos al teatro media hora antes de nuestra intervención y nos dirigimos al camarín, donde el cantor se estaba maquillando.
Habíamos conversado con él una sola vez -como relatamos antes- aunque nos habíamos visto en los canales de TV varias veces.
-Buenas noches - le dijimos, suponiendo que no nos reconocería.
-Buenas noches, loco - contestó sonriendo.
Le hicimos algún comentario superficial.
-¡Vino mucha gente, Alberto!
Y nos respondió: “Sí, está llena la sala, loco”.
Creímos que la expresión “loco” la usaría como una forma de expresión. Pero nos animamos a decirle:
-¿Por qué me decís loco?
Y nos respondió:
-¿Cuántos aforismos tenés escritos?
-Y, no sé, cuatro o cinco mil...
Y agregó con su sonrisa tierna:
-¿Y no te parece que hay que estar loco para escribir tantos pensamientos?
Y se nos fue este querible muchacho de 87 años que alguna vez fue el médico Alberto Salvador de Luca.
Y un aforismo final para su personalidad única y para su voz: “El artista no eligió. Fue elegido”.