El 21 de abril de 1993, la mayoría de los mexicanos estarían cenando frente a sus televisores cuando muy cerca de las 22 horas el canal oficial interrumpió abruptamente su transmisión. “Cantinflas ha muerto”, se oyó una voz grave.
El anuncio formal terminó allí, pero la programación ya no volvió a ser la misma. Ese y todos los canales ignoraron su programación habitual y dedicaron su tiempo a reproducir comentarios, entrevistas y fragmentos de las películas del cómico. Sin interrupciones, la noticia se prolongó por la mañana en la primera plana de todos los matutinos. México había perdido a un gran hombre.
Antes de la hora del almuerzo ya eran miles los que formaban cola para despedir los restos del actor en el monumental Palacio de Bellas Artes, donde se dispuso una guardia de honor.
Incluso el presidente mexicano ,Carlos Salinas de Gortari, le presentó allí sus respetos. “Cantinflas exaltó los valores y la dignidad de nuestro pueblo”, dijo entonces. Una dignidad que no impidió a ese pueblo, un pueblo que va mucho más allá de las fronteras mexicanas, llorar a su payaso más querido.
Si el encuentro con la muerte hubiese formado parte de una de sus películas, seguramente Cantinflas la habría enredado con una catarata de palabras, a cual más confusa. Pero no. La figura de la muerte rondaba a Mario Moreno -su nombre verdadero- desde que los médicos diagnosticaron cáncer pulmonar, apenas cinco semanas antes.
Y el final lo sorprendió sin sus bigotes de siempre, esos que colgaban de la comisura de los labios como si fueran a caérsele. Y sin aquellos pantalones que siempre se le escurrían hasta debajo de la cintura. Despojado también de su camiseta agujereada y del sombrero barato que coronaba al personaje y en el que, hacía ya tanto tiempo, se había instalado la fama.
Ya no tenía puesto el disfraz con el que fabricaba sonrisas. El célebre actor mexicano habría cumplido en agosto de ese triste 1993 sus 82 años. Pero su muerte el 21 de abril se lo impidió.
Se permitió una broma en su lecho de moribundo: “¿Saben que tengo escrito mi epitafio? Dice: ‘Parece que se ha ido, pero no es cierto’”. Y tenía razón: Cantinflas no podía irse.
Algunos datos. Fue el sexto hijo de una familia de quince hermanos. Tuvo una infancia y adolescencia muy humildes. Fue lustrabotas, taxista, boxeador y hasta aprendiz de torero. Hasta que un día –y hay días que se abren para no cerrarse más- un circo alzó su carpa en su pequeño pueblo. Estaba determinado su destino. Fácil o difícil, sintió que ya no querría otro.
Pasaron los años. se casó, tuvo un hijo y filmó su primera película como protagonista: “Ahí está el detalle”. Un éxito total. Luego, casi sin pausas, 50 películas más: “El Extra”, “El Circo”, “Los Tres Mosqueteros” (una parodia), “Gran Hotel”, y tantas otras.
Ya era un hombre de fortuna. Y allí mostró su riqueza interior. La que no puede sufrir bancarrotas. Y se dedicó a cruzadas benéficas para los pobres, de México primero, y de otros países después. A su mano abierta la guiaba un corazón muy abierto.
Fue amigo de Sandrini –este filmó varias películas en México-. Eran parecidos en el humor limpio, en la posibilidad de hacer reir y llorar, en el mensaje positivo en sus películas.
Tenía 55 años cuando murió su esposa, con la que vivió 30 armónicos años. Y la muerte de un ser muy querido no siempre mata. Pero siempre marca. Y a Cantinflas lo marcó.
Aunque vivió 26 años más hasta los 81, en que un cáncer se llevó al payaso más querido de México.
Fue la suya una especie de doble muerte. Por el actor irreemplazable y por el hombre, generoso y solidario.
Y un aforismo final para el ser humano Mario Moreno y para el actor Cantinflas: “Cuando coexisten, grandeza en el creador y talento en la creación, la inmortalidad los espera”.