Algunas calles, en Buenos Aires y en varias ciudades argentinas, se denominan Almirante Irizar, Alferez Sobral o Corbeta Uruguay. Pero no todos conocen por qué se han dado estos nombres a esas calles.
Hay una historia que los asocia. Trataré de relatarla brevemente.
Un 21 de diciembre de 1901, un científico sueco, Otto Nordenskjord, partía del puerto de Buenos Aires a bordo del ballenero Antartic con tres científicos, también suecos. Venían navegando desde ese país nórdico en el citado barco que comandaba un noruego: el capitán Larsen.
En Buenos Aires, solicita acompañarlos un joven marino de 21 años con sed de aventuras y de conocimientos: el alférez Sobral. Lo aceptan como otro aporte para sus investigaciones científicas y meteorológicas en la Antártida. El plan consistía en quedarse un año allí.
Al año exacto –puntualidad europea- está llegando el Antartic, el barco de rescate. Está a 40 ó 50 millas de los suecos. Pero los hielos lo aprisionan de tal manera –el clima es rigurosísimo- que destroza el casco del barco. Sus 20 tripulantes, todos nórdicos, salvan su vida caminando sobre el hielo hasta una isla volcánica: Paulet.
Como tienen la precaución de llevar maderas e instrumentos, logran edificar una pequeña cabaña de madera que les permitirá sobrevivir. Pero no logran contactarse con los científicos compatriotas ni obviamente con el alférez Sobral.
A mediados del año 1903 –es la presidencia de Roca- el gobierno argentino preocupado por el alférez Sobral y por los expedicionarios suecos, decide enviar una expedición de rescate. Y una veterana corbeta construida 30 años antes en Inglaterra por pedido de Sarmiento emprende la misión.
Es reacondicionada para enfrentar el extremo rigor de los mares helados del sur. Llevan además provisiones para tres años por cualquier eventualidad, siempre probable en esa zona.
Y zarpan un 8 de octubre de 1903 al mando de un teniente de navío Julián Irízar, cuyo nombre lleva hoy un rompehielos: el “Almirante Irízar”. 30 días después encuentran a los cuatro expedicionarios, incluido obviamente el alférez Sobral, y al día siguiente logran rescatar al capitán Larsen y a la tripulación del Antartic, el primer buque que había intentado el rescate sin éxito, como mencioné antes.
Hace poco tiempo las sirenas, con su sonido, llenaron la Dársena Norte, como hace casi 100 años, cuando la corbeta Uruguay llegaba al puerto de Buenos Aires tras rescatar al grupo de científicos. Esta vez con la intención de recordar una hazaña junto a la cual sobresalía el gesto de altruismo de los argentinos; de esos hechos que no necesitan la gratitud del beneficiario.
Y una breve anécdota final. Uno de los tres científicos con los que el alférez Sobral pasó dos largos años tenía un fuerte carácter; incluso hasta se mostraba despectivo con el marino argentino y la convivencia forzada en un lugar pequeño acentuaba la separación espiritual.
En una ocasión, el sueco salió de la cabaña para recoger una posible pesca. El lugar distaba 1 Km aproximadamente. Pasó cerca de una hora. El sueco no regresaba. La temperatura era de unos 25º bajo cero.
Sobral les dijo entonces a los tres científicos suecos: “Yo lo saldré a buscar”. Tenía mejor orientación que sus compañeros en ese inhóspito medio.
Salió resueltamente. Un viento helado y una lluvia intensa lo cegaban. Hasta que escuchó un grito de dolor. El sueco había caído a un pequeño pozo y no podía caminar por sus propios medios (después se comprobó que tenía una fisura en el tobillo). Una demora de media hora y hubiera muerto congelado.
Sobral lo cargó sobre sus hombros y dificultosamente lo llevó hasta la cabaña. Le había salvado la vida... El sueco lo miró de una manera muy especial. Es que la gratitud se expresa de mil maneras. Incluso con los ojos. Y este episodio final y el rescate de esos hombres por otros hombres diferentes –argentinos en este caso- trae a mi mente este aforismo: “La nacionalidad agrupa hombres. Pero solo la comprensión los une”.