Opinión
Argentina, un país de novela
En Milei, la forma era el contenido, porque fue el ducto que canalizó toda la ira y el hartazgo acumulado en la sociedad frente a una clase política corrupta, inútil y decadente.
En Milei, la forma era el contenido, porque fue el ducto que canalizó toda la ira y el hartazgo acumulado en la sociedad frente a una clase política corrupta, inútil y decadente.
Menos por su formación como economista que por la realidad volcánica que tiene que enfrentar en sólo dos semanas, Milei le impuso al bloque del 55% una agenda realista: la prioridad es la economía. La articulación de medidas para enfrentar el abismo ha mostrado un Milei menos dogmático y más práctico de lo que se podía prever.
Es indudable que Milei va a requerir la ayuda de los muchos cerebros excepcionales que tiene nuestra Argentina y de los que emigraron y hoy los necesitamos con nosotros.
El sector salió a hablar de las incertidumbres en la transición y las políticas que implementaría el electo presidente de la Argentina.
Massa como un fabulador compulsivo de una ficción inédita: la de un ministro que es candidato porque desconoce y niega su catastrófica gestión como ministro. Milei como un impugnador intemperante, cuyo principal activo sería una presunta racionalidad teórica para la gestión económica, pero oculta tras una serie de desbordes emocionales violentos.
A simple vista, a la grieta la corrió Javier Milei, pero en realidad empezó a correrla Sergio Massa para resolver la ecuación estadística que le daba como resultado una segura derrota en las urnas.
El equilibrio democrático viene en riesgo cada vez mayor, desde hace años, por las pulsiones autoritarias de las cuales, lejos de preocuparse, se ufana el actual oficialismo.
Siento que hoy somos todos contra todos. Que algunos han perdido el norte y otros, muchos más, siguen creyendo que el kirchnerismo y el peronismo duro son siempre los únicos que pueden y deben gobernar.
La mezcla de pánico y aversión que en gran parte de la sociedad causa la estridencia agresiva de Milei y las propuestas desopilantes de quienes lo rodean, fue mayor que la frustración y el enojo que provocan el estrepitoso fracaso del gobierno nacional y el fracaso del propio ministro de Economía.
Mientras farfulla maldiciones haciendo colas eternas para conseguir combustible, el argentino promedio se mira frente al espejo y reniega de la única elección que le queda por delante: elegir un presidente entre lo peor y lo peor. Esa sensación no proviene del sistema de balotaje en sí mismo, sino de las opciones que la crisis política le ofrece frente al derrumbe acelerado de la economía familiar.
A punto de cumplir cuatro décadas desde su restauración en 1983, el sistema democrático argentino enfrenta una de las elecciones más inciertas y decisivas de su historia, tras una campaña donde la economía fue el eje dominante. No podría ser de otra manera, porque el colapso de la gestión actual se aceleró al punto de llegar a la hora de las urnas con una economía sin precios.
Es curioso que en los dos debates presidenciales el diseño de política exterior haya sido prácticamente ignorado por los candidatos y soslayado por la ciudadanía. El desorden global es un condicionante ineludible para cualquier rumbo que se proponga el país, mal que pese a la costumbre inveterada del electorado argentino de mirarse arrobado el ombligo.
Guillermo Francos, el dirigente político de la fuerza de Javier Milei es la expresión más cabal de la casta que se supone el libertario dice venir a combatir.
Donde la coincidencia es más sutil es en la condición de pensamiento mágico que Sergio Massa y Javier Milei proyectan como salida para la crisis actual.
En los debates presidencias se echan de menos ciertos temas como el de un mayor énfasis en la deteriorada calidad institucional, pero sobre todo el de una política exterior coherente de la cual hace mucho tiempo carecemos.
Milei y Bregman tienen algo en común: de los cinco candidatos, sólo ellos son profundamente ideológicos. Los otros tres candidatos, Sergio Massa, Patricia Bullrich y Juan Schiaretti, tienen en común ser centristas y pragmáticos.
La de la exjueza Figueroa es una maniobra de CFK para sostener la épica de un conflicto de poderes, clave para justificar su deserción electoral con una proscripción judicial inexistente.
Juntos por el Cambio (JxC) ya casi tiene la mayoría de las provincias, pero eso no implica que tenga ganada la presidencia. Hoy arrasar en las provincias no implica ganar en la nación.
Son demasiadas las pruebas que certifican que el descomedimiento y la grosería ya no son el patrimonio de algunos, sino el recurso de casi todos.
Desde el comando de Bullrich le piden a Macri que hable bien claro sobre el riesgo sistémico que implica Milei. Le señalan que esa sería su colaboración más relevante. Pero hasta el momento el empresario Eurnekián ha sido más eficiente en esa sencilla tarea.
Massa aprendió de joven, en sus históricas tertulias con Luis Barrionuevo y Graciela Camaño un postulado fundacional de la casta, apenas exagerado: que las elecciones no se ganan con votos, sino con los que cuentan los votos. Es lícito imaginar entonces la preocupación de Massa al ver que Luis Barrionuevo se juntó con Milei.