Opinión
Llevamos mucho tiempo haciendo tonterías
Nadie invierte en países donde el gobierno que viene cambia totalmente y generalmente en sentido contrario, las políticas del anterior.
Nadie invierte en países donde el gobierno que viene cambia totalmente y generalmente en sentido contrario, las políticas del anterior.
La sociedad uruguaya, y su clase dirigente, se apoya en dos o tres consensos básicos sobre bienestar general, que suelen trascender gobiernos y se replican, con diferencias, en distintas gestiones. El discurso, a nivel general, sigue siendo moderado, sin ningún candidato “antisistema” que quiera “desafiar” el status quo hoy. ¿Significa esto que no pueda crecer el malestar y despertar la ira de un “león” en la insatisfacción de la gente, algún día? Imposible asegurar que no.
El viernes pasado el presidente Javier Milei visitó Mendoza, aunque es imposible confirmar fehacientemente si él alguna vez supo donde vino, donde estuvo, porque lo único que pareció interesarle es manipular su tarima para desde ella realizar su tradicional stand up, esta vez centrado en una pelea de box imaginaria y auto declarada contra Cristina Fernández de Kirchner, quien -sabedora de las debilidades megalómanas del primer mandatario- un día antes publicó un escrito sobre economía con el único propósito de que éste se lo responda durante su conferencia. Lo cual, previsiblemente, ocurrió.
Milei hizo uso de la ley de acceso a la información pública para atacar a Alberto Fernández por las oscuras y patéticas revelaciones sobre la privacidad del ex presidente en Olivos, pero ahora limita con un decreto porque la estrafalaria Lilia Lemoine lo amenazó con difundir videos de su intimidad.
Un auténtico liberal, además de abrir la economía, debería ampliar la información pública en vez de restringirla, agrandar para el pueblo y achicar para los funcionarios los organismos culturales en vez de querer suprimirlos y darle la mayor autonomía posible a todas las instituciones republicanas en lugar de buscar concentrarlas bajo su poder.
Ni Cristina ni Alberto han desempeñado sus altas funciones con honor, lealtad ni patriotismo. Han deshonrado sus investiduras. Resulta grotesco y absurdo que no obstante la gravedad de los delitos presuntamente cometidos sigan disfrutando de estas asignaciones honoríficas, una contradictio in terminis.
Algunas breves crónicas de esta Argentina desquiciada donde los marginales y los golpeadores han tomado la conducción del país. Con especial referencia a dos películas italianas (”La Armada Brancaleone” y “Siempre habrá un mañana”) que parecen pintar de cuerpo entero las dolencias de este querido pero sufrido pobre país nuestro.
Papelones, agresiones, discursos delirantes, peleas con insultos, pronunciamientos desopilantes, posicionamientos de lunático extremismo no son la excepción sino la regla en el gobierno de Milei.
Los españoles tuvieron su pacto de la Moncloa. Nosotros tuvimos nuestro pacto de Olivos. En principio los objetivos del acuerdo español parecen más altruistas que los del argentino, ya que en la Moncloa lo esencial fue consolidar una democracia aún frágil mientras que en Olivos el punto central fue la reelección de Carlos Menem. Pero con el paso de los años, la historia separa lo coyuntural de lo trascendente y un poco de eso queremos hablar ahora que se cumplen 30 años de nuestra reforma constitucional.
El primero que debe dar el ejemplo para asegurar la convivencia civilizada entre los argentinos es el presidente. Y eso no está ocurriendo hoy en nuestro país.
La escena venezolana es tan absurda que deja en un segundo plano a las escenas más vergonzosas de la decadente comedia política argentina.
“Intratables” fue un programa televisivo exitoso porque supo farandulizar la política. Donde todos se peleaban con todos y nadie escuchaba al otro. Fue la plataforma de lanzamiento mediático de Javier Milei. El hombre llegó a la presidencia con esa lógica televisiva pura y le sirvió mucho para ganar. Pero no le servirá para gobernar, como se vio esta semana, donde su protegido, el joven maravilla Santiago Caputo le armó un clima “intratable”, confundiendo batalla cultural con agresiones e insultos mediáticos generados por una banda de impresentables. Por lo que el Congreso, en parte como respuesta a esa actitud, les votó todo en contra, incluso sus aliados.
Las revelaciones públicas sobre posibles hechos de violencia por parte del expresidente Alberto Fernández hacia su ahora expareja Fabiola Yáñez, se suman a la causa de los seguros para dar un cariz escandaloso a la gestión anterior y empañar la imagen pública de honestidad que proyectaba Fernández. Lo que contribuye a fortalecer la sensación de cambio de época generada por el gobierno libertario de Milei y, de paso, justifica y confirma sus diatribas contra la casta política. Es un clima enrarecido, con efluvios de podredumbre, en el que a los sentimientos de ansiedad frente el futuro y angustia por la situación económica, se agrega ahora la indignación moral.
El Poder Ejecutivo nacional debería poner límites a los insistentes calificativos con que se suele acusar a quienes votan distinto. Hay que tener en cuenta que el desprecio sistemático por los adversarios políticos puede conducir a una tentación de uso autoritario del poder.
Una sociedad frustrada, enfadada, estafada durante un largo tiempo por su dirigencia necesita no solo un cauce para manifestar sus broncas, sino que también requiere sanar, recuperar la esperanza en el futuro, encontrar formas de convivencia pacífica, discrepar con respeto, alejar temores, terminar con odios y rencores.
Estas peleas que venimos viendo en Mendoza desde que el hegemonismo cornejista unido va deviniendo en hegemonismo mileista dividido, es también una de las grandes debilidades del armado nacional del partido de gobierno. Como que todos lanzaran loas a Milei pero debajo de él, la tempestad.
Tan difícil como creer que no sabía de los negociados de Néstor Kirchner, es creer que Cristina Fernández en estos años no sabía lo que ocurría en la escabrosa intimidad de Olivos.
Frente al culebrón político y al enorme lodazal en el que vivimos, recordar los ideales éticos de nuestro más grande hombre en este nuevo aniversario, quizá nos ayude a sobrellevar un poco tanta decadencia, a la espera de poder inspirarnos, para reconstruir nuestra Patria, ayudados por su ejemplo de vida.
la crisis política y social pone de relieve los azotes que padecen las democracias contemporáneas al develar la tensión entre los principios y reglas que las dotan de legitimidad y las prácticas, procedimientos o mecanismos que corroen el lazo representativo entre gobierno, pueblo o ciudadanía.
Es entendible y también elogiable que el sector del empresariado que tuvo como portavoz, en este caso, al titular de la Cámara Argentina de Comercio, haya optado una vez más por la moderación a la hora de evaluar la gestión del gobierno en materia económica. El optimismo desmedido suele conducir a apreciaciones engañosas.
No nos engañemos y digamos las cosas como son: este último gobierno peronista fue el cogobierno de Cristina y Alberto. Como el titiritero mister Chasman y el títere Chirolita. Una daba las órdenes y el otro recibía los sopapos. A fines del año pasado no estalló un gobierno malo de cuatro años, sino un régimen pésimo de casi 20 años. Y ahora, con el affaire del golpeador golpeado, acaba de estallar del todo y para todos. Acá mucho más que una responsabilidad individual, hay una responsabilidad colectiva que el peronismo se niega a aceptar porque carece de capacidad para la autocrítica, lo que le permite seguir sobreviviendo, pero le impide absolutamente renovarse o mejorar.