La vida "LAT" ("Living Apart Together": "vivir juntos, pero separados", en español), como se la conoce a nivel mundial, es una manera de encarar una relación sentimental donde la fidelidad y las casas separadas van de la mano.
No nos mintamos. Desde los detalles más banales como ver a la otra persona con la que convivimos en sus detalles humanos y mundanos (despeinada, ojerosa o con la primera lagaña al despertarse) hasta adaptarnos a sus hábitos, costumbres, humores (y hasta TOC) sumado a factores diversos (economía, hijos, trabajos demandantes...) pueden conspirar cual caballo de Troya para entrar en el corazón del vínculo, y hacer trizas (o no) aquello primario que nos fascinaba del otro.
¿Será acaso que la flecha de Cupido debería apuntar a mantener a la pareja unida, pero en diferentes localizaciones de GPS? ¿Sin convivencia bajo un mismo techo? ¿No sería quizá una simplificación extrema que todo aquello que nos perturbe se elimine y ya? ¿Qué pasa con el vínculo en sí?
La licenciada en psicología, y especialista en pareja y vínculos Stella Hom sostiene: "No podemos hablar de tendencia al respecto ya que si bien hay parejas que deciden no convivir, otras tantas sí lo hacen. Hoy en día hay que pensar en la diversidad de formas de parejas existentes, que es una modalidad de la cual tampoco se puede hablar como criterio ascendente. No podemos generalizar y sostener que mientras mayor profundidad del vínculo, dos personas van a terminar por vivir juntas y casarse. Cada pareja es diferente".
Vale decir que meter a todos en un molde del "vínculo perfecto", no sería adecuado, ya que como sostiene la profesional "existen diferentes modalidades de duplas relacionales, y cada una tiene su razón de ser".
En el mismo sentido, el sexólogo y psicólogo Germán Gregorio Morassutti opina: "uno como profesional nota que las parejas comienzan a optar y elegir cosas que les hace bien, rompiendo los estereotipos del 'cómo tendría que ser el par amoroso', 'qué debería o no tener', o si 'algo, que resulta conveniente no sirve'. En realidad lo que se prioriza en general son los vínculos, que pueden ser muy buenos para los que conviven, pero también para los que no lo hacen. Ya que lo que importa es ese lazo entre dos personas que deciden compartir amor".
Además de sentar base de que no existe una fórmula única para que el vínculo de una pareja sea enriquecedor, también es imposible ignorar fases, edades, y factores socioculturales que impulsan a una pareja a elegir lo más conveniente.
"¿Acaso es lo mismo hacer pareja a los 20, que a los 30, 50 o 60?", cuestiona Hom. Por supuesto que no. Desde los intereses a los aspectos que hacen a cada fase, corren el foco de interés y necesidad a diferentes frentes.
“Los proyectos de pareja, son parte de los de vida. No es lo mismo el plan que tiene una dupla a los 25 años, que en la adultez. Por lo tanto hay que entender en cómo se vive la pareja en diferentes etapas de la vida. Por lo tanto podemos decir que no hay mejores ni peores formas de ser pareja hoy. Por lo contrario existe diversidad a la hora de conformar un vínculo con distintos criterios, en donde lo bueno o malo tiene que ver con la calidad del ese lazo, y sobre todo que no se trate de un vínculo asimétrico”, propone la profesional.
Factores sociales, culturales, de costumbres y de edad llevan a preguntarse a las parejas si conviene compartir techo.
Techo compartido: ¿sí o no?
Además de lo mencionado por los profesionales el convivir - o no- con la persona amada supone más aristas que la mera edad. Según sostiene Morassutti: "Se ven aspectos que confluyen para tal decisión. Entre los que más suelen darse se encuentran personas que han vivido mucho tiempo solas (y que tienen una rutina establecida y una forma de vivir su casa y cotidianidad). Entonces no aparecen dispuestas a negociar el tema de la convivencia en pareja, ya que algunos pueden sentirla como una pérdida de independencia. El respetar los espacios de cada uno es una negociación en muchas duplas".
–¿Hay otros elementos que inciden?
- En otros casos los elementos que inciden en convivir con el otro o no, tiene que ver con el trabajo, ya que hay personas con un alto nivel de demanda, viajes frecuentes o que incluso que viven en diferentes países ya que la movilidad laboral en la actualidad es altísima. Entonces se estila convivir con cama afuera. Por último otra causa (y una de las más frecuentes) se trata de los hijos de matrimonios anteriores, que conviven o pasan algunos días en la casa del padre o madre. Si bien se vincula con un hacerse cargo de la maternidad/paternidad, la pareja nueva no tiene porqué asumir sí o sí la convivencia, ya que lo que elige es un vínculo de pareja, pero no necesariamente de familia. Cada uno elige el zapato que mejor le quede, no hay un solo zapato que le ande a todos.
Expectativas propias y crecimiento con el otro
“Que la expectativas de ambos miembros de la pareja confluyan en un mismo proyecto es fundamental”, dispara Hom ya que si uno de los integrantes renuncia (aparte de a sus proyectos, también a los sueños que supuestamente tenía la pareja) por el deseo del otro, a la larga resulta terrible”. Pensemos por ejemplo, en una mujer que desea tener hijos (acorralada por su reloj biológico) y un hombre que dice también desearlo, pero no se decide, y tampoco piensa de manera confluyente y real en el “nosotros”, o viceversa.
Como apunta Hom “estamos en una sociedad con un importante componente narcisístico en la subjetividad, en donde no se está dispuesto a sacrificar todo en post de algo, sobre todo aquellos adultos de 30 años para arriba. Lo que no implica generalizar y decir que es una tendencia”.
- ¿Cómo buscar el equilibrio?
En general estaría bueno preguntarse qué es el otro en mi vida, no sólo a nivel de pareja sino en la amistad y a nivel familiar. Es decir qué significa el otro para mí, cuánto crezco a su lado. Preguntarme si es un cercenador de mi libertad o un potenciador de mi crecimiento...
- ¿De qué manera el otro desaparece si no sabemos verlo?
- Si veo mis cosas ‘con’ el otro, me co-construyo y tengo un posición frente al vínculo. Pero si lo considero un “intercambiable”, un objeto de consumo y descarte o de cambio permanente según los problemas que aparezcan, o para buscar nuevas emociones de enamoramiento, entonces obviamente el otro comienza a perder significado. Esto no sólo es privativo al vínculo de pareja sino a todo tipo de lazo.
- La pregunta inicial sería entonces ¿qué es el otro en mi vida?
- Absolutamente. Esa es la pregunta que hay que hacerse... ¿Considero que voy a construir con el otro mirándome el ombligo, o que me construyo con él? Son posiciones muy opuestas.
- ¿Enriquece la diferencia?
- Tanto las semejanzas como las diferencias lo hacen, pero no toda diferencia es tramitable. El irse de repente de una relación (se conviva o no) aparece en parejas en las que uno de los integrantes, apenas comienza tiene un ojo puesto en la puerta. Esto tiene que ver en cómo se entra a un vínculo. O se lleva a cabo más allá de lo que suceda apostando a la relación como un lugar de crecimiento, o se hace como un “estar juntos”, pero que ante cualquier cosa que no va, miro la puerta de salida.