Estaba recorriendo París y decidí llegarme hasta el Palacio de Versalles en las afueras de la Ciudad Luz. Tomé un tren en estación Saint Lazare y 25 minutos después bajaba en Versalles-Rive Droite. Desde ahí una caminata de 10 minutos hasta el imponente complejo que fue sede de la Corte en tiempos de Luis XIV, el Rey Sol (1638-1715).
El interior te deja sin palabras por el lujo extremo de sus decorados, alfombras, cuadros y mobiliario. No pude visitar el famoso Salón de los Espejos porque estaba en restauración. Quedé deslumbrado con los jardines diseñados por André Le Notre.
En sus 800 hectáreas hay fuentes, laberintos, invernadero, salón de baile y lo más descabellado: el Grand Canal.
Un enorme piletón de 1500 metros de largo y 62 de ancho en forma de cruz donde el monarca y sus amigos realizaban batallas navales con barcos a escala mientras el pueblo languidecía. La perfección del trazado de los jardines, canteros y senderos es asombrosa.
Tras otra caminata de diez minutos por este enorme patio se accede a la parte más alejada. Allí están el Petit y Grand Trianón, los aposentos privados de María Antonieta, esposa de Luis XVI, quien fue decapitada en la Place de la Concorde en el centro de París.
En esta plaza inicié mi recorrido cuando regresé de Versalles. En su centro instalaron el obelisco hermano del que está en el Templo de Luxor en Egipto. Desde allí se ve toda Champs Elysées y el Arco del Triunfo al fondo. Fui al Hotel Ritz, en la Place Vendome, que fue testigo de los últimos minutos de vida de Diana de Gales.
Caminé junto al Sena hasta el Túnel del Alma donde se estrelló el Mercedes de la Princesa. Está tal como lo vimos en los noticiarios con los postes de concreto en el centro donde fue el impacto mortal. Regresé al hostel caminando por el barrio de Marais. Aquí vivió el escritor Víctor Hugo y aquí murió Jim Morrison, la voz de The Doors, el 3 de julio de 1971. Me senté a descansar en la Plaza de la Bastilla donde se gestó la Revolución Francesa de 1789.
Caminé por el Boulevard Clichy que es el eje de la noche parisina con discotecas, cabarets y night clubs. Aquí se encuentra el célebre Moulin Rouge donde una cena con show de Can-Can cuesta 200 dólares por cabeza.
La Línea 2 del Metro me dejó en el barrio de Montmartre con sus callejuelas llenas de pintores. En lo más alto se erige la Basílica de Sacré Coeur desde donde se domina toda la ciudad. En su interior cantaba un coro de niños.
Me senté a descansar un rato y disfrutar la melodía rodeado del misticismo del sacro edificio terminado en 1919. Sin perder un minuto fui al emblema de Francia: la Torre Eiffel.
Desde abajo se ve enorme con las cuatro patas que se unen al centro. Parece un monstruo de metal a punto de aplastarte. Se accede a la cima, a 300 metros de altura, a pie o en ascensor. La vista es incomparable. Envié una postal a Mendoza desde el Correo del primer nivel que llegó a destino 15 días después.
Para el último día hice una larga caminata desde La Defense, la zona de oficinas, hasta el Arco del Triunfo. De ahí bajé por la bella y aristocrática Champs Elysées con sus tiendas de lujo. Me desvié hasta el Palacio del Elíseo, residencia del Presidente, pero guardias armados impiden pisar la vereda y hay que mirarlo desde enfrente.
Me fui despidiendo y en el aeropuerto Charles de Gaulle vi un Concorde de Air France colocado en un pedestal. Un recuerdo del que fuera el único avión supersónico de pasajeros que fue retirado de servicio en 2003 tras un fatal accidente en julio de 2000.