Cuando viajar se transforma en un recuento de lugares a pisar, a un mapa en el que se van marcando cruces, los países o ciudades a las que se llegó, y al final el viajero se da cuenta de que lo único que hizo fue correr, la cosa se transforma en mero traslado, en un cuento para contar: "Estuve aquí, allá y más allá".
Un abúlico tránsito, sin demasiados detalles, foliado en mil fotos que jamás volverá a ver, en mezcla mental de algunas plazas o calles (fue todo tan rápido y son tan parecidas algunas arterias de una urbe que es fácil la confusión), pero en verdad es viajar bajo el paradigma mismo de la vida moderna. Correr, sacar selfies, fotos para la familia o los amigos, contar a todos a dónde está, mediatizar cada paso y pocas veces vivenciar el lugar.
Por Dios ¡que no falte Wi Fi!
Adrenalina por abarcar lo más posible de cada destino sin siquiera reparar en lo especial,en los detalles que lo hacen únicos, más allá de los monumentos tradicionales. No hay tiempo para detenerse en esas pequeñas cosas, en las más pintorescas, en la idiosincrasia o en el contacto con los habitantes, en el disfrute de estar conscientes de dónde estamos y sacar provecho a esa experiencia. Entonces la meta es incorporar la mayor cantidad de actividades en un día, correr.
Entrar a un museo, salir, correr hacia una iglesia, correr nuevamente a comer algo, correr. Visitar la calle más famosa, correr, imposible no pasar por el puente insignia, correr. Las horas no alcanzan y lo único que persiste son las ansias de correr, de no dejar ícono en el mapa sin haber tocado, y el cansancio crece, y las ganas disminuyen. Seguir los consejos de todos los viajeros que nos dijeron qué es lo imperdible, pasa a ser una carga porque hay que hacerlo todo y rápido.
Por suerte los viajeros, y especialmente los más jóvenes, están optando por otro tipo de vacaciones, de salidas con respiros, planeando el periplo sin marcar cruces en la mente, como obstáculos a sortear. Deteniéndose en un café a desayunar mientras la ciudad se levanta y persiguiendo con la mirada cada rinconcito que se distancia de tantos otros sitios conocidos, armando su día con muchas horas para dar la oportunidad a éste que lo sorprenda.
Slow travel es, ni más ni menos, que ir despacio, lento, integrar al paisaje a la urbe; tener momentos de ocio o de no hacer nada porque el placer está también en ello. En el momento presente, con los aromas, los ruidos, los idiomas, las fachadas y la gente que los rodea. Ahondar en las costumbres, en la gastronomía, en las tradiciones, en la historia y en la actualidad, sin prisa, ésa es la idea de estos viajes.
La bibliografía señala que el movimiento slow nació hacia los años '80 como reacción al vertiginoso ritmo de vida de las urbes modernas, del consumismo… Imaginen cuánto no se sabía de lo que sucede hoy por aquellos días, en los que, por ejemplo, no había smartphones…
Ahora la inmediatez a la que nos someten las tecnologías y nuestra elección de modo de vida, pasa por lo digital por hacer todo en menos tiempo, y esto incluye las vacaciones, algo fuera de serie… Hay fila para entrar a un museo, nos enervamos; comemos al paso para llegar tiempo a la próxima atracción; hay misa en Sacré Coeur y no podemos entrar a conocerla hasta dentro de una hora, y no reparamos en las vistas de París desde esa altura, ni de los espectáculos callejeros.
Sufrimos porque algo se interpuso en el itinerario y ya nada es como lo pensamos. El viaje entonces es una carrera contra reloj, porque hay que llegar a tiempo a todo, a gran velocidad porque esto es lo que nos daría satisfacción. Aquí la cosa es velocidad contra lentitud, y veremos que no se trata de dejar pasar las horas sino de vivirlas.
Los pequeños placeres de la vida
El estilo slow no es solamente rural como algunos creen, pero sí persigue el contacto con la naturaleza, ya lo veremos. Más bien esto de ir lento es planificar el destino, nuestros imperdibles, pero siempre estar abierto a sorpresas y para ello hay que ir despacio, para no perderse un bar de antología, una callecita de cuentos, un almuerzo con comida local que no tiene precio. Las grandes cadenas de comida rápida están en todos lados.
Para ello habrá plan, pero flexible, con la posibilidad de improvisar.
Deleitarse con el viaje y con el destino, y esto es si vamos en auto al Valle de Uco hacer foco en el paisaje, en lo que pasa alrededor. Si paseás por Europa muchas veces el tren sirve para eso, descansar, y ver rincones escondidos que, de otra forma, no se verían. Las locaciones latinoamericanas tienen tanta riqueza que más allá de conocer la casa de Frida, es vivenciarla, penetrar en ella y su historia. Si no hay tiempo para nada más, habrá valido la pena; imaginar desde la plaza la boda en El amor de los tiempos del Cólera no tiene precio.
Llegar a Machu Picchu sin prisa, pisando cada piedra y siendo conscientes de esa cultura y de la bella posibilidad de siglos después estar allí mimetizándose con esa cosmovisión, es más meta que la foto para el portarretratos que dirá que estuvimos allí. Caminar las ciudades, andar en bici, palpitar el latido de ellas, es más que correr tras ítems a cumplir. Hacer un pic nic a la vera de un río, escuchando los sonidos de la naturaleza, sin pensar en las próximas horas.
Mostrarme, mostrarlo
Estar hiperconectados es un beneficio y mal de los tiempos, ventajas y desventajas. Lo importante es que cada cosa cumpla su función. Por tanto sacar selfie o fotos sin mirar realmente el paraje es absurdo. En un viaje a Rusia vi a un grupo de japoneses filmando todo. Nunca sacaron la vista de las cámaras y celulares. Toda su experiencia pasaba por una pantalla. En un momento le consulto a uno por qué tanta gente sobre un cuadro al que mi vista no tenía acceso. Él tampoco sabía pero filmó todo. ¿Quién no quiere la foto en el Rialto o en el Puente de los Suspiros, la selfie en Manhattan?
Pero valdrá la pena si antes estuvimos conscientes de dónde estamos parados. Ir despacio y registrando en la mente, en una libreta, en comentarios en el celu, esas cosas que llaman la atención, esos detalles que no figuran en las guías porque hace al único e irrepetible momento de tu propio viaje. No te pierdas de vista ni te olvides de vivenciar cada sitio; de vivir se trata.
Tendencias slow
Ir lento y pasarla bien. La tendencia del slow travel es ir lento pero sin pausa, es disfrutar. Es actitud para experimentar sin intentar aprehender lo que costó años, siglos, milenios, erigir. Correr en el Coliseo, olvídalo; escuchar la audio guía, imaginar cada detalle y después metabolizarlo, con un café o un Seprit, es la cosa.
El tiempo. Una quimera, sólo los momentos que valen la pena recordar, serán los que hagan tus viajes, no la cantidad de monumentos que fotografiaste. Nada de horarios estrictos; dedicarle tiempo a aquello que nos gusta; ver la torre Eiffel desde abajo y gastar el dinero en un vino con quesos para un pic nic junto al Sena.
Experimentar. La idea es procurar experiencias, vivencias auténticas, conocer la cultura y a los habitantes, incluso en las grandes ciudades. Alquilar habitaciones, compartir el desayuno o almuerzo con los anfitriones, ir a un bar a charlar con desconocidos. Meterse en la naturaleza y empaparse de ella, caminar por las calles citadinas y guardar todo en la mente. Ninguna foto registrará tu sentimiento frente a La Piedad, por ejemplo.
La comida. El primer ámbito en el que se centró el Movimiento Slow fue el de la alimentación, contraponiendo el slow food al fast food. Así, alimentos de temporada, de calidad y del lugar, es contribuir con la filosofía.
Amar las diferencias. Defender la diversidad en las costumbres, la gastronomía, el folclore, la lengua... experimentar cada aspecto del nuevo sitio que se conoce. Dejar de comparar y resaltar lo diverso.
Slow cities. Las ciudades que cuentan con este distintivo o el sello de calidad Cittá Slow ofrecen al habitante y al visitante una calidad de vida que se plasma en la abundancia de zonas peatonales y zonas verdes; hacen gala de la gastronomía y la cultura autóctona, y el esfuerzo por mantener un ambiente tranquilo y cálido, sin contaminación.
Agencias de viajes. Cada vez hay más agencias especializadas en ofertar visitas a ciudades lentas o rutas siguiendo los principios del movimiento slow. En Mendoza se encuentran varios programas. Si no, se arman.
Alojamiento: las casas rurales en un entorno hermoso, y la posibilidad de realizar las tareas de la zona, es genial.
All inclusive. Nadie está en contra, pero si te vas a quedar 7 o 15 días encerrado, es lo mismo estar en Brasil o en Dominicana.