Viajar… ¿puede volverse algo adictivo?

Hay quienes no pueden parar de viajar o, al menos, no pueden dejar de pensar en ello. Esto, ¿transforma a esa hermosa actividad en una “enfermedad”? Aquí, algunas respuestas que involucran incluso a nuestro físico.

Viajar… ¿puede volverse algo adictivo?

Viajar es una actividad que, para algunos, puede resultar placentera; para otros, algo desgastante (aquellos que viajan por trabajo). Pero para muchos es una experiencia que pide más y más.

¿Por qué? Porque detrás de cada travesía se esconden un sinfín de nuevos descubrimientos y desafíos. Y, como genera en cada viajero estados de inmensa satisfacción, a algunos les cuesta volver a la cotidianeidad: se deprimen, reniegan de su realidad y añoran volver a esos días de relax en aquel lugar en el que tan bien lo pasaron.

Esta actividad, al parecer inocente, puede transformarse en algo adictivo.

"Están aquellos que aman viajar, recorren diferentes lugares y comparten con amigos sus paseos, experiencias, imágenes, anécdotas y que vuelven a sus hogares a seguir con la rutina. Pero hay aquellos que no pueden volver a su realidad", comparte la psicóloga Analía Morales. Hablamos de aquellas personas inquietas y que solo piensan en su próximo viaje. ¡Cuando recién están desarmando el bolso!

Pero: ¿cómo puede -el viajar- transformarse en adicción? Todo comienza por lo que hormonalmente se produce en el ser humano, hablamos de la producción de dopamina.

"Cuando sentimos placer nuestro cerebro libera dopamina. Este neurotransmisor es el mismo que nos hace sentir bien cuando fumamos, cuando tomamos alcohol, cuando apostamos, cuando recibimos likes en redes sociales, entre otras cosas. Esto es lo que hace que estas cosas sean susceptibles de volverse adictivas. En cierto punto la dopamina ayuda a sobrellevar el estrés", dice María Magdalena Moscuen, psicóloga. 

No cabe duda de que somos una máquina perfecta, y es que, genéticamente los humanos estamos programados para vivir en un lugar y permanecer en él. Pero, obviamente, no todos somos iguales. El gen que controla la dopamina -DRD4- tiene una mutación específica que ha sido atada a una mayor inquietud.

Esta mutación o variedad se encuentra en alrededor del 20% de la gente y los hace más propensos a tomar riesgos, probar nuevos alimentos, consumir drogas y descubrir nuevas relaciones sexuales. O sea: esto se traduce en que hay personas cuya personalidad busca placer y felicidad, y lo hacen más allá de lo material. 

Pero, ¿cómo se relaciona este dato con la satisfacción por viajar? Como plantea Moscuen: "dentro de la rutina de todos los días, planear un viaje nos permite mantener una parte de nuestros pensamientos en un proyecto placentero, alejado de los problemas diarios, donde podemos ir experimentando cierto nivel de satisfacción. Estas actividades previas también van estimulando nuestro cerebro y produciendo dopamina. Esto es porque una de las funciones básicas de la dopamina es la de movernos a actuar, liberándonos para conseguir algo, ya sea evitar un estímulo negativo o alcanzar una recompensa".

Agrega la especialista que "al momento de emprender el viaje que hemos planeado aparece un placer más prolongado. Allí cada estímulo que recibimos es nuevo, mayormente placentero y nos plantea un nuevo desafío a la hora de procesarlo e incorporarlo a nuestro sistema. Nuestra mente se enfoca en lo que está sucediendo a cada segundo y no hay mucho lugar para los problemas cotidianos. Es una forma de estar y disfrutar del 'aquí y ahora', algo que falta muchas veces en la rutina diaria".

En busca del placer

Todos buscamos sentir placer. En cada cosa que hacemos en nuestras vidas pretendemos (consciente o inconscientemente) alcanzar esa sensación que da la dopamina. "El placer ligado a viajar y la producción de dopamina ayudan a sobrellevar el estrés, el cual es la causa y consecuencia de muchas de las dificultades que se experimentan en la vida cotidiana", dice Moscuen.

Y si bien viajar es algo que genera felicidad, y nos permite llegar a esos niveles de dopamina de la que hacemos referencia, algunos no saben que como todo lo que nos gusta puede también llegar a cansarnos: "Hay distintas formas y tipos de viajes, y cada uno aporta cosas diferentes. Hay quienes viajan solos, poniendo a prueba su independencia y aprendiendo sobre el desapego, solucionando por sí mismos las pequeñas dificultades que se presentan. Esto estimula la capacidad para organizar, planificar, resolver problemas y también la autoconfianza. Hay algunos viajes que además nos enriquecen culturalmente. Estas experiencias como se dice 'abren la cabeza', estimulan nuestra flexibilidad y capacidad de adaptación", agrega la profesional.

Pero, como la ley de la polaridad, viajar "podría ser algo que roza la línea de lo obsesivo", añade Morales; quien analiza que a pesar de esto "no implica que deba tomarse como una adicción típica".

En la misma sintonía, Moscuen sostiene que la "adicción por viajar" podría considerarse como algo nocivo si la finalidad es "estar constantemente escapando de algo. Aunque es bueno tomar distancia de las dificultades,viajar para escaparse de ellas no va a hacer que desaparezcan. Hay aprender a manejarlas".

Lo cierto es que romper con lo cotidiano nos brinda un plus emocional interesante, pues como comparten las profesionales: la estimulación, junto con la motivación, hacen que viajar sea un proceso de aprendizaje en muchos aspectos.

Esto requiere un gran esfuerzo de nuestro cerebro y es también una de las causas por las que muchas veces, al finalizar un gran viaje, nos sentimos agotados. Este cansancio vuelve más pesado reincorporarse a la rutina y, además, cuando la fuente de placer cesa, los niveles de dopamina descienden y causan un "bajón emocional". Es común ese sentimiento depresivo al volver.

El exceso de viajes se vuelve negativo "cuando luego de mucho tiempo de estar de lado a lado, viviendo de manera nómada; pretendemos quedarnos en un solo lugar. Ahí es cuando la persona lo vive con mucho estrés y es perjudicial", afirma Morales. Este es el caso de aquellos que viajan por razones de trabajo (aunque existen entre estos casos quienes lo hacen solo por placer).

"Lo cierto es que cuando deciden quedarse en un solo lugar surgen algunos resquemores que provocan la dificultad de acomodarse a su nueva vida", añade; refiriéndose a nuevas relaciones personales, familiares o de trabajo. Muchas cosas que terminan despertando -una vez más- la necesidad de armar los bolsos y echarse a andar.

"No es una adicción", pero si el motivo oculto es evitar y escapar de la vida real ahí sí estamos ante una situación de alerta que merece contención y ayuda. Viajar es una fuente de bienestar y crecimiento; pero, si buscamos escapar, "puede convertir esas ganas de aventuras en una obsesión y la consecuente creencia de que yéndose a otros lugares se va a ser más feliz o se va a estar mejor", afirma Morales.

Según investigaciones científicas, la clave para vivir más alegres no es comprar cosas materiales, sino generar recuerdos en base a experiencias personales: "esa magia que nace cuando tenemos los pasajes en la mano y saber que nos espera un sinfín de buenos momentos, el solo hecho de pensarlo y proyectarlo, ya nos genera bienestar; y eso queda grabado en nosotros", agrega Morales.

Del mismo modo Moscuen comparte que esa "felicidad" es por "la experiencia placentera en sí, el aumento de dopamina, asociado con esa desconexión que permite de la rutina, el descanso, las nuevas experiencias".

Todo este análisis desemboca en una interpretación interesante, y es que la felicidad también depende de nuestro estado mental y, como manifiesta Moscuen -la felicidad- "no solo depende de los momentos externos y las situaciones placenteras, novedosas o de los lugares que hemos ansiado conocer, sino también del estado mental. Con estado mental hablo no solo de lo que se produce a nivel químico con el placer, sino también de nuestra capacidad de disfrutar de esos momentos".

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