“Es posible que el paseo sea la forma más pobre de viaje, el más modesto de los viajes. Y sin embargo, es uno de los que más decididamente implican las potencias de la atención y de la memoria, así como las ensoñaciones de la imaginación y ello hasta el punto de que podríamos decir que no puede cumplirse auténticamente como tal sin que ellas acudan a la cita. Pasado, presente y futuro entremezclan siempre sus presencias en la experiencia del presente que acompaña al paseante y le constituye en cuanto tal”. (Walter Benjamin en MOREY, M. , “Kanslspromenade” en: Creación 1 (1990) pp. 95-102. Luego hay otra cita que nos conduce a esta nota, “memoria involuntaria” la del paseante, que nada tiene que ver con el turista o el cazador de souvenirs.
¿Cuántas veces realizamos viajes maratónicos en los que la meta es llegar, mirar, sacar unas fotos y seguir a otro destino? Ejemplo de ellos son los tours que recorren varias ciudades en un tiempo limitado de días. Desayuno, city tour, algún museo o atracción en un par de horas, almuerzo, pasear en bote, subir al bus, parar en un café, seguir caminando y hacer pausas para unas selfies y así llegar agotados a repetir hasta el hartazgo el mismo proceso al día siguiente, y al otro.
Así se juntan banderas a modos de sellos, pero de conocer verdaderamente un sitio, ni hablar. De esta manera en varias oportunidades tenemos la certera sensación de no haber pisado una ciudad por más que las imágenes del celu digan lo contrario. Recuerdo algunos tours por Río de Janeiro en los que trasladan al Cristo Redentor, a la típica casona de feijoada y luego al Pan de Azúcar y ni organizadores ni organizados notan que no pusieron un pie en una de las playas más famosas del orbe. O peor aún, ingresar al Hermitage en San Petersburgo o al Louvre en París con tiempo limitado, mientras los maestros de las artes se suceden como en un video clip en las retinas, sin posibilidad de detenerse a observar, a emocionarse con los trazos o aprender del momento histórico que vio nacer esas obras.Pues esto, es lo contrario a un slow travel, o viaje lento, o a la idea mayúscula del paseante.
Paseante, no coleccionista
La adicción de coleccionar países o urbes no está en la cabeza del slow traveler quien prefiere detenerse, conocer a su ritmo, disfrutar mientras se integra al entorno, y saborear lentamente las experiencias que tiene como en un gran bazar, para elegir.
Los inicios o el despertar de este tipo de periplos parten del movimiento SlowFood que parió Italia hacia 1986 particularmente en oposición a los fast food y a lo que representan: todo rápido, pre- cocido, consumismo exacerbado, en definitiva un estilo de vida acelerado. Quienes vieron en estas raíces la nutrición para sus viajes, crearon, por así decirlo, los modos lentos de viajar. Junto con estos conceptos nacieron las CittaSlow o ciudades lentas, que vieron entre sus entramados urbanos, en su cultura y en sus prácticas, la riqueza que un buen nativo de las rutas sabría apreciar. Ellas revalorizaron la diversidad cultural y sus características propias, su idiosincrasia, sus paisajes, su gastronomía, su industria, su arquitectura, su arte y sus artesanía y así, escaparon de la cocina francesa en el medio de la nada, de la homogeneización de todo cuanto ofrecían, siguiendo los patrones ‘exitosos’ de lugares muy alejados y diferentes a ellas.
Este modo de ver que ya lleva más de 15 años, se propagó y aunque ya no hacen falta certificaciones de slow, la práctica se extiende como las preferencias por los destinos eco amigables, los alojamientos sustentables, los servicios con menor huella de carbono, los restaurantes con Km 0 en la adquisición de productos, es decir que son de su localidad, pueblos que sacan del olvido las costumbres y los que respetan a las comunidades originarias, por dar algunos ejemplos.
Aburrido resulta encontrar en las grandes ciudades lo mismo a través de las franquicias por ejemplo, de las tiendas y vidrieras que son exactas, de una homogeneización que conduce a moverse al estilo de una película o serie, correr, correr y correr, siempre fragmentando sin apenas distinguir lo esencial del punto del mapa que se visita. Esto, querido viajero, es lo que quedó out, demodé. En su lugar, germina otra perspectiva, más tranquila y personal, al cuerpo de quien realiza el paseo. Sin reglas, con el espíritu de conquistar experiencias, las propias.
Un modo de vivir y viajar
¿Han hecho la prueba de cerrar los ojos e imaginarse en el mapa en el sitio en el que están, y hacer crecer la imagen hasta contemplar el globo terráqueo y ver en esa representación mental la silueta de Mendoza? Ese juego ayuda a entender que la distancia recorrida no fue en vano y que a este aquí y ahora, es momento de sacarle provecho.
Alejados de clichés o estereotipos, los viajeros ya no quieren un boceto de la ciudad o poblado; quieren sacar sus conclusiones. Armar sus recorridos y quedarse en el lugar que les plazca el tiempo necesario. Esto es obtener una vivencia profunda, interactuar con la gente del lugar, perderse si es necesario, retomar el camino.
La idea, por tanto, es armar un viaje independiente, con tiempos flexibles dentro de lo posible. En este sentido muchos alojamientos ofrecen guías off road de los típicos circuitos turísticos, bicicletas para tomarse el tiempo para cada paseo y hasta enseres de pic nic para que cada huésped lo tome donde desee. También hay Apps que los guían y todo tipo de blogs de viajes para dar secretitos.
En el manual, por llamarlo de alguna manera, de los travelers slow, se recomienda quedarse entre 4 y 7 días en cada lugar. Esto dependerá del sitio, claro está. Alquilar un departamento o habitación en casa de familia o intercambiar casas es buena idea. Los hostels también son ideales para hacer amigos y compartir el estilo de vida de los que transitan lento. Además, en estos alojamientos es posible comprar productos locales y cocinarlos, como parte del re-conocimiento del destino.
Caminar o andar en bici para descubrir rincones y paisajes, es fundamental, como armar el itinerario día a día, sin presiones, según sus intereses personales. En los sitios rurales, inmiscuirse en las labores de cultivos, cosechas, tareas cotidianas como trabajar en corrales o aprender a cocinar algo típico, es muy enriquecedor.
Los trayectos en trenes, moto o en auto también brindan otro panorama y se suman a esto de ser flexibles y quedarse donde cada uno prefiera, cuando prefiera..
Los que acampan ya sea en carpa o en motorhome, por lo general llevan el estilo lento ya de partida. Ellos seguramente tendrán buenos consejos y experiencias para contar. Hacer voluntariado en el extranjero o estudiar algún idioma es otra forma de nadar en idiosincrasia de la urbe.
También dar clases del idioma materno ayuda y además genera dinero. Charlar con los nativos, mirar pasar las horas desde una plaza, degustar los sabores de cada lugar y valorar las diferencias, parte del viaje.
Lo que ellos dicen
“Sentarse con un mate en la playa El Doradillo en Puerto Madryn y pasar allí el día entero observando las ballenas, es un disfrute completo. Luego, pasar a comprar frutos de la Patagonia y cocinar algo rico en la cabaña, mi recuerdo slow”. Franco, 34 años.
“Meterse a las peñas salteñas, a las escondidas, a las de barrio, cantar con el vecino que sólo conoce los escenarios de tierra de los patios de la cuadra. Bailar en Tilcara en un boliche folclórico como si fuera electrónica, lleno de gringos y enseñarles sobre nuestras costumbres durante 3 días, fue inolvidable” Carolina, 26 años.
“Ver las estrellas en un observatorio de Atacama y luego hacer amistad con un astrónomo alemán que a simple vista nos mostró como en una pizarra las maravillas del universo. Tomar chocolate caliente y hacer un fueguito para resistir la noche.” Ana, 54 años.
“Sentarme en un banco en el barrio Rojo de Amsterdam y ver pasar los personajes e imaginar historias durante 4 horas, una experiencia slow”, Mariano, 32 años.
“Alquilar una casa en Potrerillos, San Rafael o en el Valle de Uco. Comprar cada mañana tortitas, hacer asados, pasar días contemplando los álamos, el río, el cielo, leyendo”, Georgina, 48