Ella necesita espacio para decenas de zapatos. Él insiste en colgar sus dos guitarras en la pared. Ella quiere flores en el balcón, y él una parrilla y una caja de cervezas. Ella quiere un ambiente acogedor, él necesita un escritorio en casa. El problema surge cuando dos personas quieren vivir juntas y las dos tienen su propia vivienda. Tienen que tomar una decisión: ¿vamos a vivir en mi casa o en la tuya?
¿Es este solo un problema para quienes viven en el Primer Mundo? Sí, es cierto, pero es un problema que afecta a mucha gente. Si deciden vivir juntos en la vivienda de uno de ellos, los dos tienen que hacer concesiones. Uno renuncia a su vivienda y el otro tiene que crear un espacio para su pareja en su querido hogar propio. Esto siempre pone a prueba la relación. En el mejor de los casos, los dos dicen al final: este es nuestro nuevo hogar.
"El acento hay que ponerlo en la palaba 'nuestro', porque si uno de ellos no lo puede decir así, los dos tienen un problema", explica Felicitas Heyne.
La psicóloga asesoró a una pareja de la que la mujer se había ido a vivir en casa del hombre y en algún momento surgió una crisis. Los dos no consideraban la situación en la vivienda como un problema. Solo cuando se separaron, la mujer se dio cuenta de que cuando se fue a vivir con él, solo llevaba consigo una maleta y una caja de cartón. "En ese momento quedó claro lo poco que había sido su hogar la nueva vivienda para ella". Lo que demuestra que esas situaciones difíciles pueden surgir de manera totalmente involuntaria e inconsciente.
La pregunta de "¿en mi casa o en la tuya?" en realidad está mal planteada. El camino del medio es buscar juntos una nueva vivienda común. "Lo mejor es vivir en terreno neutral", dice el psicólogo Roland Kopp-Wichmann, quien opina que, de lo contrario, puede ocurrir que uno siempre siga siendo el extraño en la casa del otro.
Buscar una nueva vivienda puede tomar su tiempo. Por ello, al final muchas veces se vuelve a plantar la misma pregunta: ¿en mi casa o en la tuya? En ese caso conviene al menos decorar nuevamente la vivienda común, recomienda Heyne. Muchas veces, las cosas pequeñas ya pueden hacer milagros: pintar las paredes de otro color o cambiar la distribución de los muebles, por ejemplo.
En ese momento se plantea la pregunta de qué cosas viejas puede uno llevarse a la nueva vivienda y qué cosas pueden quedarse en ella. Es cierto que solo se trata de un par de muebles, pero en el peor de los casos este asunto puede degenerar en una feroz lucha por el poder, advierte Heyne. Entonces, rápidamente se plantean cuestiones menos superficiales: ¿Quién de los dos tiene el mejor gusto? y ¿podemos hacer buena pareja con unos estilos de vida tan diferentes?
Para que sea más difícil que surjan más tarde riñas, es bueno que cada uno disponga en la vivienda común de un espacio propio donde retirarse. Por ejemplo, cada uno puede ocupar un rincón para sí mismo o los dos dos acuerdan que en determinado día de la semana ella pueda ver su serie televisiva favorita en el salón mientras que él pueda tocar ahí su guitarra otro día de la semana.
Y ¿por qué no dividir simplemente en dos la vivienda común? ¿Por qué ella no puede decorar el salón y el dormitorio mientras que él puede tener su propio cuarto de estudio con su escritorio para la computadora? Kopp-Wichmann no cree que esto sea una buena solución: "Eso no va a funcionar. Si él no se siente bien en el salón, no se puede compensar esa sensación".
Vida de pareja: ¿en la casa de ella o en la de él?
Los expertos aseguran que lo mejor es elegir un espacio que le sea neutral a ambos. Ni la de ella ni la de él. O redecorar.
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