Vive en Chubut y busca al amor de su vida en Mendoza

Durante 9 años, Hugo (de Comodoro Rivadavia) y Luciana (mendocina) hablaron por teléfono y hasta se enviaron fotos, pero nunca se vieron en persona. Hace poco la relación se cortó y él vino a buscarla. Como no tuvo éxito, puso un aviso en el diario para e

Vive en Chubut y busca al amor de su vida en Mendoza

Frases hechas del estilo “A veces la realidad supera a la ficción” han sido escritas, leídas, enunciadas y repetidas hasta el hartazgo. Sin embargo, para la historia de Alejandro -segundo nombre de uno de lls protagonistas de esta historia- (56) y Luciana (37) no hay guión cinematográfico que alcance; tranquilamente podría ser uno de los micro relatos de “Realmente amor”, aquella comedia romántica británica estrenada en 2003 y que se apropia de los televisores en las vísperas de Navidad con una serie de breves y conmovedoras historias amorosas.

“Luciana Brenda. Estuve 7 días buscándote en Mendoza. Ojalá veas este mensaje porque me fui con la ilusión de poder casarme y llevarte a Comodoro”.

Textual, sin cambiarle ni una sola coma, así puede leerse en un pie de página de las ediciones de Los Andes del domingo y de ayer -también se repetirá el viernes- un anuncio por demás llamativo.

“Puse el aviso porque ya no sé de qué forma encontrarla. Viajé a Mendoza por primera vez a principios de mes y estuve una semana entera recorriendo todos los puntos que pude -con ayuda de un amigo que es mendocino-, aunque sin encontrarla. A veces salía del hotel y me sentaba a esperar o a caminar cerca del Kilómetro Cero para ver si la reconocía por las fotos o la encontraba. Caminé por San Martín desde la calle General Paz hasta pasando el Casino de Mendoza buscándola, para que vea que de mi parte hay amor y que sepa que la amo y no me interesa nada más”, contó Alejandro, el transportista que vive en Comodoro Rivadavia y que viajó y estuvo una semana en Mendoza con un único objetivo: encontrarse con el amor de su vida, Luciana Brenda (o ‘Luli’, como la llama él), quien es mendocina.

En esta historia de amor aparece un condimento que la torna más cinematográfica todavía: Ale y Luli no se conocen personalmente, pese a que hace 9 años se cruzaron y comenzaron con esta relación en la que se prometieron amor eterno tras coincidir entre la anónima audiencia de un programa radial de Buenos Aires.

En todo ese tiempo no llegaron a encontrarse de frente (aunque sí por mensajes en internet, celular y pasando horas enteras hablando por teléfono cada noche).

“El 17 de diciembre fue mi cumpleaños y yo venía viajando desde Mar del Plata por trabajo. Quedé justo en un paraje con poca señal y el teléfono me jugó en contra, porque no pude atender varios llamados que me hizo. Ya veníamos de una serie de enojos porque algunas cosas no se nos daban, pero desde ese día se apagaron los teléfonos y nunca más pude comunicarme con ella. Estando afuera, como para suavizar las cosas, conseguí el número de un lugar para que le envíen unas rosas y una caja de bombones. Yo tenía su nombre y su dirección -en un barrio privado-, pero cuando quisieron llevarle las rosas, desde la guardia dijeron que no vivía nadie con ese nombre ahí. Es raro, porque antes ya le había mandado otras rosas y algunos regalos a esa misma dirección y ella misma salió a recibirlos a la guardia”, rememoró Alejandro desde Buenos Aires, sospechando que el apellido que ella le pasó desde el principio no es el verdadero (“tal vez por miedo a alguna reacción de sus padres”, ensayó una posible justificación al motivo).

“Si lee esta nota o los avisos, quiero decirle que la amo con todo mi corazón. Planeé mi vida con ella y siempre voy a estar esperándola, porque mi proyecto de vida es con ella. La verdad es que tengo el corazón partido, y mi alegría sería que ella me vuelva a llamar. Si es necesario, empezamos de nuevo. Pero la amo y cuando viajé a Mendoza, lo hice llevando un anillo de compromiso y documentación. Porque quiero casarme con ella, no me importa más nada”, se sinceró del otro lado del teléfono, ya lejos de la provincia aunque todavía sin desarmar la mochila que preparó para encontrarse con Luli cuando llegó a Mendoza, y en la que tiene guardados regalos y los anillos de boda.

Amor a ciegas

Alejandro vive en Comodoro Rivadavia, aunque por su trabajo de transportista pasa muy poco tiempo en su ciudad. Es divorciado -se separó antes de conocer (virtualmente) y enamorarse de Luli- y el 1 de febrero del 2007 su vida hizo ese click que hoy lo ha marcado.

“Nos conocimos por un programa de radio de Buenos Aires, los dos estábamos escuchándolo. Era madrugada, yo había mandado mi número para conocer gente, venía de una separación que había sido difícil y ella me escribió. Ahí empezó toda esta historia, que ya lleva 9 años”, contó el hombre.

Casi como si se tratara de un flechazo, en el acto Alejandro se enamoró de Luli y comenzaron con charlas interminables, primero escritas, luego habladas (“al día siguiente conocí su voz”), que luego derivaron en intercambio de fotos y hasta en envíos de regalos, siempre a la distancia.

“Yo cometí algunos errores al principio, pero lo hablamos y aclaramos en el momento y le pedí disculpas. Para ese entonces yo ya me había ido de la casa de mi ex y todo iba viento en popa. Ya teníamos planes de conocernos y vivir juntos. Ella es mi pareja y desde siempre la quise para mi vida”, rememoró Ale, quien destacó que en el medio fueron surgiendo algunos focos de tormenta, aunque no pudieron romper el vínculo.

El único contacto visual que tuvieron el uno del otro fue por medio de fotos -de hecho, esto se sigue manteniendo a pesar de haber pasado 9 años ya-, y todas las noches (con asistencia perfecta) hablaban por teléfono.

“Hace unos 6 años su madre se enfermó de gravedad y hace 4 le hicieron un trasplante de corazón. Eso complicó un poco las cosas, porque ella tenía que dividirse entre el trabajo y el cuidado de su mamá. Se puso difícil que ella viaje a Comodoro y yo a Mendoza, por lo que hicimos un trato: cuando las cosas mejoraran, ella se iba a Comodoro y nos casábamos con todas las de la ley. Fui comprando cosas para la casa, siempre pensando en los dos. Y, mientras tanto, íbamos aprendiendo un montón el uno del otro. Es la mujer que amo con todo mi corazón”, prosiguió el protagonista masculino de esta historia.

El encuentro que no fue

Angustiado y decidido, el 4 de enero Alejandro armó la mochila y se tomó un avión con destino a Mendoza con una sola cosa en mente: conocer al amor de su vida.

“Nunca había ido a Mendoza en los años que llevo trabajando de transportista. Pero la habíamos luchado por tantos años que me daba hasta impotencia que no nos podamos conocer en persona. Y vine decidido a verla. Pero no se dio”, se lamentó. En el medio, ya había ocurrido la entrega fallida de rosas en el barrio privado del pedemonte mendocino.

“El sábado 8 me vestí elegante y salí con las rosas y el anillo a buscarla. Caminé buscando la clínica en la que podía llegar a estar internada su mamá (ella me había pasado algunos datos, pero no tenía muchas precisiones) y terminé con los dedos ampollados de caminar y buscar, pero sin noticias”, contó, agregando que a la dirección que tenía agendada no fue, teniendo en cuenta que ya había rebotado la entrega de rosas.

El martes 12, ya con dejos de resignación, pasó por Los Andes y pagó por los tres avisos dirigidos a Luciana Brenda (dos ya fueron publicados) para luego seguir hacia el aeropuerto y abandonar nuestra provincia. “Ella me había dicho que le gustaba mucho leer la sección de Política, por lo que si no la encuentro volveré a publicar el aviso, aunque en la página 4 tal vez”, indicó.

“Subí al avión el martes a las 10:30 y estaba muy triste. Pero he dejado la mochila armada, con los regalos y el anillo. Si logro comunicarme con ella, vuelve a atenderme el teléfono y podemos arreglar todo, voy a volver”, sintetizó como un deseo en voz alta.   Aquí termina esta crónica pero no la historia, que se debate entre dos posibles placas de aquí para adelante: la de “Fin” o la de “Continuará...”.

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